Publicado en Diario Uno de Paraná el domingo 25 de
agosto de 2019.
Alberto Anunziato (Sociedad Lunar Argentina)
La misión Apolo 14 reforzó la confianza deteriorada
del público estadounidense con el programa de exploración espacial luego del
casi desastre del Apolo 13. El programa preveía que a partir de la misión n° 15
las actividades científicas en la superficie lunar se ampliarían: los
astronautas pasarían tres noches en la Luna (en lugar de 1) con un traje
espacial mejorado que permitía 7 horas de actividad en cada salida (en lugar de
las 4 de las misiones anteriores). Además contarían con una especie de “automóvil
lunar”, el Lunar Roving Vehicle, que aumentaba enormemente su movilidad y permitía
acceder a diferentes sitios en cada salida del módulo lunar. Con un poco más de
osadía que en las misiones anteriores, los estrictos criterios de selección de
los sitios de alunizaje, hasta ese momento pensados en base a la seguridad de
los astronautas, se relajaron para permitir la llegada a un sitio considerado
de importancia científica. El lugar elegido fue probablemente el más
espectacular y sublimemente hermoso de los sitios de alunizaje: las altas
montañas de los Apeninos lunares y la Rima Hadley, una especie de hondanada
como un cañón con forma de serpiente. Montañas y abismos. Se tomaron riesgos.
Lo escarpado del terreno necesitaba un vuelo de acercamiento del módulo lunar
mucho más inclinado y abrupto que los anteriores para descender entre dos
montañas. Y para mayor complicación en un sitio que no había sido cartografiado
con tanto detalle por las sondas Lunar Orbiter, por cuanto no estaba entre los
sitios considerados prioritarios. Viajaban a una terra incognita. Para tornar
más emocionante el viaje, la tripulación era comandada por Dave Scott, una de
las personalidades más interesantes del Programa Apolo. Scott combinaba la
sangre fría del piloto de elite con un genuino interés por las ciencias y la
filosofía, no muy común entre sus compañeros astronautas. De Apolo 15 vinieron
las imágenes más espectaculares de la exploración lunar y además fue un ejemplo
perfecto de estrecha colaboración entre astronautas y científicos. Se agregó al
personal de comunicación del Centro Espacial a un geólogo que dirigía
remotamente las actividades de campo de los astronautas. Tanto Allen como Scott
estaban maravillados con su labor como geólogos de campo. De las 67 horas que
pasaron en la Luna, casi 19 las pasaron explorando. Sus descripciones de lo que
observaban visualmente y su iniciativa en la selección de los materiales que
recogían fueron fundamentales. Los científicos en Tierra manejaban remotamente
la cámara del rover lunar, por lo que la interacción con los astronautas se
daba casi como si estuvieran juntos en la Luna. Uno de los resultados fue el
hallazgo de una roca perteneciente a la primigenia corteza lunar (la “Genesis
Rock”, de la que hablaremos en otra “Crónica Lunar”). Como emocionante final de
la misión, Scott realizó la comprobación del famoso (y apócrifo) experimento de
Galileo en la Torre de Pisa. Dice la leyenda que Galileo habría dejado caer una
pluma y una bala de cañón para comprobar que dos cuerpos en caída libre lo
hacen a la misma velocidad sin importar su peso. Pero no lo hizo en realidad, y
no podría haber obtenido ese resultado por la resistencia de la atmósfera (lo
hizo en realidad con esferas cayendo en diversos planos inclinados). Pero Scott
si pudo recrear el experimento legendario en la superficie sin atmósfera de la
Luna, con una pluma y un martillo. Y ambos cayeron a la misma velocidad, para
delicia de estudiantes y profesores. Un final emocionante para una gran misión.
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