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viernes, 27 de diciembre de 2024

Breves conceptos sobre la coloración de la Luna

 Por Esteban J. Andrada

La tradición de asignar nombres a las lunas llenas a lo largo del año ha enriquecido la cultura en general, pero también ha generado cierta confusión. 

Un ejemplo de ello es la denominada Luna Rosa, que ha llevado a muchos a preguntarse si nuestro satélite natural adquiere realmente una tonalidad rosada. Tiene su origen en las culturas indígenas de América del Norte, quienes asociaban la primera luna llena de la primavera con el florecimiento de las flores silvestres Phlox, de color rosa. Esta conexión entre la naturaleza y los eventos celestes era fundamental en sus calendarios y creencias.

También es muy como escuchar el término "luna azul" de vez en cuando. Simplemente es un término cultural, no de origen científico. Se refiere a la segunda luna llena en un mismo mes calendario, en ocasiones, la Luna puede adquirir un tono ligeramente azulado debido a la presencia de partículas de humo o ceniza volcánica en la atmósfera.

¿Por qué la Luna no se vuelve rosa?

A pesar de su nombre poético, la Luna Rosa no experimenta ningún cambio en su coloración. El término rosa es simplemente una designación cultural, sin base científica. La apariencia de la Luna, generalmente blanca o grisácea, tiene una coloración que está condicionada por la cantidad de luz solar que refleja y de las condiciones atmosféricas de la Tierra.



Durante un eclipse total de Luna, la Tierra proyecta una sombra sobre nuestro satélite. Sin embargo, esta sombra no es completamente oscura, sino que adquiere un tono rojizo. Esta interacción entre la luz solar, la atmósfera terrestre y la superficie lunar se puede observar durante la "totalidad" del eclipse

 ¿Cuándo la Luna puede parecer de otro color?

Si bien la Luna no cambia de color, existen algunas circunstancias atmosféricas que pueden hacer que se vea más rojiza o anaranjada.

Eclipse total de Luna: Durante eclipses lunares totales, la atmósfera terrestre filtra la luz solar, permitiendo que solo las longitudes de onda más largas (rojas) alcancen la Luna.

Humo y polvo en suspensión: La contaminación atmosférica, el humo o las partículas de polvo en suspensión pueden dispersar la luz azul, haciendo que la Luna se vea anaranjada rojiza, o amarronada.

Como podemos ver, los factores atmosféricos influyen en gran medida. La dispersión de la luz por partículas en la atmósfera, y el polvo, humo o gotas de agua pueden hacer que la Luna se vea más rojiza, anaranjada o incluso azulada, dependiendo de la longitud de onda de la luz que se disperse. Pero ese no es el único motivo. 

La altura de la Luna en el cielo

Cuando la Luna está cerca del horizonte, su luz atraviesa una mayor cantidad de atmósfera terrestre. Esta capa de aire actúa como un prisma, dispersando la luz azul y dejando pasar principalmente las longitudes de onda más largas (rojo, naranja y amarillo). Esto hace que la Luna se vea más rojiza o anaranjada, especialmente durante el amanecer o el atardecer. 

A medida que la Luna asciende en el cielo y se acerca al cenit (el punto más alto), su luz atraviesa una menor cantidad de atmósfera. Por lo tanto, la dispersión de la luz es menor y la Luna se ve más blanca o grisácea. Son un claro ejemplo de cómo la atmósfera terrestre puede cambiar drásticamente el color de la Luna, tiñéndola de un intenso rojo cobrizo.

Por último, la percepción del color también puede variar de una persona a otra y depender de las condiciones de observación, como la contaminación lumínica o la adaptación de nuestros ojos a la oscuridad.

Breve guía para buscar una Luna colorida

La Luna tiene una superficie grisácea, pero la percepción de su color desde la Tierra varía debido a la interacción de la luz solar con nuestra atmósfera. Existen tres momentos dados en donde la Luna cambia de color. No tiene ningún origen místico. En realidad, el secreto se encuentra en la luz y no en la superficie lunar.



 

domingo, 27 de octubre de 2019

CRONICAS LUNARES. LUNA ROJA. EL PROGRAMA ESPACIAL SOVIÉTICO




Publicado en Diario Uno de Paraná el 27 de octubre de 2019

Alberto Anunziato (Sociedad Lunar Argentina)

El 4 de octubre de 1957 comenzó una nueva era en la historia, la era espacial, con el primer satélite artificial de nuestro planeta, el soviético Sputnik 1 Nació, como tantos avances científicos y tecnológicos, de objetivos militares y debemos remontarnos al final de la II Guerra Mundial. De los Aliados vencedores, solamente EEUU y URSS podían competir por el futuro dominio mundial. Los norteamericanos tenían claramente la ventaja, ya que su país no había sido destruido en la contienda como la Unión Soviética. Y además tenían el arma suprema: la bomba atómica, con la que pensaban impedir la amenaza de los tanques soviéticos cruzando la Cortina de Hierro y ocupando Europa Occidental. Cuando los soviéticos lograron la bomba atómica en 1949, en gran parte por espías comunistas infiltrados en el programa nuclear norteamericano, estos seguían conservando el predominio estratégico. Los soviéticos carecían de bombardeos pesados capaces de llevar armas atómicas hasta el territorio norteamericano. Los bombardeos estratégicos masivos sobre ciudades indefensas efectuados sobre Alemania en 1945, cuando ya se habían demostrado inútiles para forzar la rendición y que rozaban el crimen de guerra, fueron una demostración de lo que les esperaba a las ciudades rusas en una futura guerra. Por eso los soviéticos desarrollaron una serie de misiles que llevarían armas nucleares hasta Norteamérica. Lo hicieron con muy poca ayuda de los científicos alemanes que desarrollaron las V-1 y V-2, que fueron reclutados por los Aliados mayoritariamente. El hombre clave fue Serguei Koriolov, un ingeniero responsable tanto del programa de misiles balísticos como del programa espacial. Un genio del diseño que nunca obtuvo un reconocimiento público, ya que los soviéticos temían que un atentado contra él destruyera su obra. El lanzamiento del Sputnik no solamente implicó que la URSS había ganado la carrera hacia el espacio sino que también EEUU por primera vez podía ser atacado letalmente en su territorio, los misiles que llevaron al primer satélite artificial al espacio podían cruzar el Atlántico. Esa fue la razón del terror norteamericano que generó el nacimiento de la NASA, su agencia espacial. Durante finales de los ’50 y mediados de los ’60 los éxitos espaciales fueron soviéticos. En lo que hace a la Luna, hace poco recordamos los 60 años de la llegada del Luna 2, el primer artefacto humano que alcanzó otro cuerpo celeste. En octubre de 1959 el Luna 3 orbitaba por vez primera la Luna y transmitía imágenes de su cara oculta, uno de los grandes enigmas astronómicos hasta ese momento. También se adelantaron a los norteamericanos en tres grandes hitos de la exploración no tripulada del sistema solar. El 3 de febrero de 1966 la Luna 9 fue la primera sonda en tener un aterrizaje controlado y enviar imágenes y datos desde la superficie lunar por más de tres días. Luego varias misiones exitosas de orbitadores, la Luna 16 (20 de septiembre de 1970) fue la primea sonda que extrajo mecánicamente muestras del suelo lunar y las trajo de vuelta a la Tierra, hazaña que repitieron las misiones Luna 20 (febrero de 1972) y Luna 24 (agosto de 1976). Entre las 3 recogieron poco más de 300 gramos de muestras, poco en comparación con los 382 kilos de rocas que trajeron los astronautas de las misiones Apolos, pero que representaron otras regiones lunares y fueron muy importantes. Otra hazaña olvidada fue el primer rover robótico de la historia. El 17 de noviembre de 1970 la misión Luna 17 puso a rodar en la superficie lunar al Lunokhod 1, un vehículo a control remoto plagado de aparatos científicos y controlado desde la Tierra. Fueron 10 meses de recorrida y más de 10 kilómetros. Al Lunokhod 2 (enero de 1973) le fue aún mejor: en cinco meses recorrió más de 37 kilómetros. Y nos falta espacio para hablar de las misiones Zond, que pudieron culminar con cosmonautas en la Luna, pero que en septiembre de 1968 fueron las primeras naves en circunnavegar la Luna y volver a la Tierra con tripulantes vivos. Las tortugas, las plantas y los insectos de la Zond 5 se adelantaron por unos meses a los astronautas del Apolo 8 en el primer viaje tripulado a la Luna. En 1976 la URSS suspendió las misiones a la Luna, lo cual fue una verdadera lástima por los extraordinarios logros y porque los estudios lunares se abandonaron por casi 20 años. Un último capítulo de la leyenda del programa espacial soviético fueron los dos Lunokhod que nunca llegaron a la Luna pero que ayudaron a limpiar los residuos radioactivos del reactor de la central atómica de Chernobyl en el desastre de 1986, como se pudo apreciar brevemente en la famosa serie estrenada este año.
La Sociedad Lunar Argentina y la Liga Iberoamericana de Astronomía invitan a la charla “Bases lunares. Antecedentes y perspectivas”, que se llevará a cabo en la Biblioteca Popular del Paraná, Buenos Aires nº 256, el viernes 22 de noviembre a las 19 horas. Se abordarán los puntos salientes relacionados con lo que seguramente será el primer paso para la Humanidad fuera del planeta Tierra: el establecimiento en el futuro de bases (permanentes o transitorias) en la superficie de la Luna. Haremos referencia a proyectos históricos de bases lunares, a los riesgos que afrontarán los humanos en nuestro satélite, al estado actual de la tecnología relacionada y las posibilidades futuras, a los proyectos internacionales de desarrollo de ideas, a las ubicaciones selenográficas más convenientes y a la cuestión de la regulación legal actual y venidera. Combinaremos historia, astronomía y astronáutica, con el espíritu integrador que es la aspiración de la Sociedad Lunar Argentina. El disertante será Alberto Anunziato (Coordinador de la Sección Lunar de la Liga Iberoamericana de Astronomía y miembro de la SLA). La entrada es libre y gratuita.

martes, 8 de octubre de 2019

CRONICAS LUNARES. UN CRÁTER DEMASIADO LEJANO




Publicado el sábado 5 de octubre de 2019 en Diario Uno de Paraná, Entre Ríos.
Alberto Anunziato (Sociedad Lunar Argentina)

El despegue de la misión Apolo 14 el 31 de enero de 1971 producía una gran ansiedad en el numeroso público que asistía en directo y por televisión, en números más grandes aún que los del Apolo 11. La casi tragedia del Apolo 13, con los astronautas abortando el alunizaje y salvando sus vidas por milagro generaba mucha expectativa: un nuevo desastre auguraba un abrupto final al programa lunar. El despegue fue perfecto, pero los problemas surgieron en órbita lunar (al intentar el traspaso de Edgard Mitchell y Alan Shepard al módulo de alunizaje) y durante el acercamiento a la superficie sin datos de radar. Pero ya en la Luna habían logrado un alunizaje de precisión y una primera actividad extra-vehicular exitosa desplegando los instrumentos científicos de la misión en la superficie. Fue en la segunda actividad fuera del módulo lunar, al día siguiente, cuando comienza nuestra aventura. El plan original era una larga caminata de un kilómetro y medio desde el módulo Antares hasta un cráter de casi 400 metros de diámetro llamado Cone. Los geólogos habían planeado que los astronautas recorrieran ese camino recogiendo a intervalos regulares muestras de rocas. Cuando se produce el impacto de un meteorito, los materiales superficiales son los que se eyectan más lejos y los que pertenecen a estratos más profundos son eyectados más cerca del cráter de impacto. El plan consistía en ir recogiendo muestras hasta llegar a las grandes rocas cerca del borde, que habían sido identificadas en imágenes de las misiones Lunar Orbiter y que se consideraban  el premio mayor: obtener muestras de las capas más inferiores de la corteza lunar sin tener que cavar. Y además asomarse a las profundidades del cráter, de una profundidad de más de doscientos metros. La distancia era larga pero no inalcanzable. Los dos astronautas iban equipados con distintos instrumentos geológicos en un carrito que iban tirando alternadamente. Pronto se dieron cuenta que el mapa fotográfico que llevaban no ayudaba mucho. El contraste entre la oscuridad brutal del cielo y la luz cegadora del Sol, junto con un horizonte mucho más cercano que el terráqueo (por el diámetro reducido de la circunferencia lunar) hacía difícil la orientación. Además, esperaban un terreno llano pero era sumamente montañoso, con crestas onduladas que hacían dificultoso el andar. El carrito chocaba constantemente con las pequeñas rocas y retrocedía como lo hace un objeto en una gravedad de 1/6 de la terrestre. Empezaron a cargarlo en vez de tirar de él, pero era demasiado agotador. Cuando llegaban a la superficie de una cresta del terreno pensaban haber llegado a la ladera del deseado cráter pero se daban cuenta de que debían seguir caminando. O de que debían cambiar camino. Desde el control en tierra los instaron primero a abandonar el carrito, pero la pareja se negó, sabiendo que sin instrumentos no tenía sentido llegar al lejano cráter. Luego los instaron a volver al engañosamente cercano módulo lunar. La extraña pareja se negó y rogó. Como si fuera una película de guerra o de escape de prisión, en la que dos personas que se detestan encadenadas por la situación deben cumplir su deber a toda costa. Los dos astronautas no podían ser más distintos. Shepard, el primer norteamericano en el espacio, un héroe del Programa Mercury y un terrible altanero que alardeaba de despreciar la ciencia; Mitchell, una de las mentes preclaras del Programa Apolo y un místico que abandonaría la NASA un año después para dedicarse a la parapsicología. La extraña pareja caminaba ya exhausta y jadeante, habiendo agotado la reserva de media hora de oxígeno, y el elusivo Cráter Cone los engañaba como un espejismo. Finalmente el control en tierra les ordenó volver. Las muestras geológicas recogidas fueron de inmensa utilidad aunque no alcanzaron la deseada ladera del Cráter Cone. El análisis de las imágenes del orbitador lunar LRO, pocos años atrás, mostró el espectáculo conmovedor de sus huellas de camino a su destino. Estuvieron a veinte metros de lograrlo.

viernes, 13 de septiembre de 2019

CRÓNICAS LUNARES. A 60 AÑOS DEL PRIMER VIAJE ESPACIAL


CRÓNICAS LUNARES
A 60 AÑOS DEL PRIMER VIAJE ESPACIAL
Alberto Anunziato (Sociedad Lunar Argentina)


Hace 60 años, el 14 de septiembre de 1959, finalizaba el primer viaje espacial. La sonda soviética Luna 2 impactaba contra la Luna y se transformaba en el primer artefacto humano en llegar a otro cuerpo celeste. En enero de ese año la sonda Luna 1 había sido el primer artefacto humano en escapar a la gravedad terrestre y alcanzar una órbita heliocéntrica, aunque había fallado en su objetivo de alcanzar la Luna. La Luna 2 logró su objetivo y cumplió con numerosos experimentos científicos relacionados con la atmósfera terrestre, el medio interplanetario y la Luna. Los 50 años de llegada de la primera misión tripulada a la Luna ha opacado el primer y asombroso viaje de los soviéticos, como hemos olvidado que durante varios años la Luna fue “roja” y motivo de justificado orgullo para la superpotencia comunista. En su visita a los Estados Unidos Nikita Kruschev pudo presumir del logro al regalarle un modelo escala de la sonda Luna 2 a su colega Dwight Eisenhower, incluidos los escudos del Partido Comunista que automáticamente arrojó sobre la superficie de nuestro satélite antes de impactar. Y los éxitos seguirían, pocos días después del éxito de la Luna 2, la Luna 3 consiguió fotografiar la cara oculta de la Luna, cuya apariencia era un misterio que jamás podría resolverse desde Tierra. Y en 1966 la Luna 9 fue la primera sonda en lograr un aterrizaje suave en la Luna y transmitir información desde allí.  A finales de la década de los ’60 EEUU comenzaría a tomar la delantera con las sondas de aterrizaje controlado Surveyor y con las misiones tripuladas del programa Apolo. Pero los soviéticos siguieron rompiendo récords lunares como los primeros seres vivos en orbitar la Luna y volver a la Tierra  (las tortugas y las lombrices a bordo de la Zond 5),  la primera muestra de otro cuerpo celeste recogida y transportada automáticamente (Luna 16 en 1970) y el primer vehículo robótico espacial (Lunokhod 1 en 1970). Al conmemorar la Sociedad Lunar Argentina los 50 años del Apolo 11 el 19 de julio de 2019 en la Biblioteca Popular de la ciudad de Paraná, también recordamos los logros de la otra superpotencia (hoy tan alicaída en la agenda espacial) en la conferencia “La carrera a la Luna”, que estuvo a cargo del Director de la Revista Cápsula Espacial, Juan Manuel Biagi. El palmarés de la URSS es impresionante: primer satélite artificial (Sputnik) en 1957, primer ser humano en el espacio (Yuri Gagarin en 1961), primera actividad extravehicular (Alexei Leonov en 1965), primera sonda en llegar a otro planeta (Venera 3 en Venus en 1965), primera estación espacial (Salyut 1 en 1971), primera sonda en llegar a Marte (Mars 2 en 1971) y muchos más. La carrera espacial no terminó bien para la Unión Soviética, ni en términos de prestigio, ya que la gesta del Apolo 11 fue como el nocaut en el último round, ni en términos económicos, ya que se demostró incapaz de seguirle el paso a Estados Unidos en los proyectos que requerían grandes inversiones. Pero su programa espacial aportó mucho a la astronomía y la ciencia en general. Por eso es necesario celebrar los 60 años de la llegada a la Luna de una nave espacial.
Crónicas Lunares es una de las actividades de la Sociedad Lunar Argentina, una asociación astronómica que se propone difundir la observación lunar y los estudios relacionados con nuestro satélite. Los que quieran enterarse de las actividades de esta asociación, que tiene sede en Santa Fe y Paraná, pueden ingresar a su página de Facebook (Sociedad Lunar Argentina) o bien contactarse con el email sociedadlunarargentina@ gmail.com

lunes, 26 de agosto de 2019

CRÓNICAS LUNARES EN LAS MONTAÑAS DE OTRO MUNDO. LA AVENTURA DE APOLO 15.



Publicado en Diario Uno de Paraná el domingo 25 de agosto de 2019.
Alberto Anunziato (Sociedad Lunar Argentina)

La misión Apolo 14 reforzó la confianza deteriorada del público estadounidense con el programa de exploración espacial luego del casi desastre del Apolo 13. El programa preveía que a partir de la misión n° 15 las actividades científicas en la superficie lunar se ampliarían: los astronautas pasarían tres noches en la Luna (en lugar de 1) con un traje espacial mejorado que permitía 7 horas de actividad en cada salida (en lugar de las 4 de las misiones anteriores). Además contarían con una especie de “automóvil lunar”, el Lunar Roving Vehicle, que aumentaba enormemente su movilidad y permitía acceder a diferentes sitios en cada salida del módulo lunar. Con un poco más de osadía que en las misiones anteriores, los estrictos criterios de selección de los sitios de alunizaje, hasta ese momento pensados en base a la seguridad de los astronautas, se relajaron para permitir la llegada a un sitio considerado de importancia científica. El lugar elegido fue probablemente el más espectacular y sublimemente hermoso de los sitios de alunizaje: las altas montañas de los Apeninos lunares y la Rima Hadley, una especie de hondanada como un cañón con forma de serpiente. Montañas y abismos. Se tomaron riesgos. Lo escarpado del terreno necesitaba un vuelo de acercamiento del módulo lunar mucho más inclinado y abrupto que los anteriores para descender entre dos montañas. Y para mayor complicación en un sitio que no había sido cartografiado con tanto detalle por las sondas Lunar Orbiter, por cuanto no estaba entre los sitios considerados prioritarios. Viajaban a una terra incognita. Para tornar más emocionante el viaje, la tripulación era comandada por Dave Scott, una de las personalidades más interesantes del Programa Apolo. Scott combinaba la sangre fría del piloto de elite con un genuino interés por las ciencias y la filosofía, no muy común entre sus compañeros astronautas. De Apolo 15 vinieron las imágenes más espectaculares de la exploración lunar y además fue un ejemplo perfecto de estrecha colaboración entre astronautas y científicos. Se agregó al personal de comunicación del Centro Espacial a un geólogo que dirigía remotamente las actividades de campo de los astronautas. Tanto Allen como Scott estaban maravillados con su labor como geólogos de campo. De las 67 horas que pasaron en la Luna, casi 19 las pasaron explorando. Sus descripciones de lo que observaban visualmente y su iniciativa en la selección de los materiales que recogían fueron fundamentales. Los científicos en Tierra manejaban remotamente la cámara del rover lunar, por lo que la interacción con los astronautas se daba casi como si estuvieran juntos en la Luna. Uno de los resultados fue el hallazgo de una roca perteneciente a la primigenia corteza lunar (la “Genesis Rock”, de la que hablaremos en otra “Crónica Lunar”). Como emocionante final de la misión, Scott realizó la comprobación del famoso (y apócrifo) experimento de Galileo en la Torre de Pisa. Dice la leyenda que Galileo habría dejado caer una pluma y una bala de cañón para comprobar que dos cuerpos en caída libre lo hacen a la misma velocidad sin importar su peso. Pero no lo hizo en realidad, y no podría haber obtenido ese resultado por la resistencia de la atmósfera (lo hizo en realidad con esferas cayendo en diversos planos inclinados). Pero Scott si pudo recrear el experimento legendario en la superficie sin atmósfera de la Luna, con una pluma y un martillo. Y ambos cayeron a la misma velocidad, para delicia de estudiantes y profesores. Un final emocionante para una gran misión.

Crónicas Lunares es una de las actividades de la Sociedad Lunar Argentina, una asociación astronómica que se propone difundir la observación lunar y los estudios relacionados con nuestro satélite. Los que quieran enterarse de las actividades de esta asociación, que tiene sede en Santa Fe y Paraná, pueden ingresar a su página de Facebook (Sociedad Lunar Argentina) o bien contactarse con el email sociedadlunarargentina@ gmail.com ARROBA   

miércoles, 7 de agosto de 2019

Crónicas Lunares EXPLORAR. EL SENTIDO DE LA AVENTURA LUNAR

Publicado en Diario Uno de Paraná el 3 de agosto de 2019


Alberto Anunziato (Sociedad Lunar Argentina)



Hace 50 años el mundo asistía a un espectáculo inédito. La televisión mostraba en directo a los primeros hombres en pisar la superficie de la Luna. 50 años… lo suficiente como para tomar distancia y preguntarnos por el sentido histórico y filosófico de la carrera espacial que culminó el 20 de julio de 1969. Fue un triunfo ideológico para Estados Unidos, su bandera ondeando en la distante Luna, la muestra de que eran capaces de someterse a un esfuerzo económico enorme para vencer a los soviéticos. Una puja tecnológica y simbólica que Kennedy había hecho suya luego de que los cubanos lo humillaran en Bahía de Cochinos. Para la URSS fueron todos los primeros lugares: primer satélite artificial, primer hombre en el espacio, primera mujer en el espacio, primera caminata espacial, primeros en llegar a la Luna y Venus, y muchos más. Pero llevar astronautas a la Luna fue demasiado para el gigante con pies de barro, que 17 años después mostró la faz más oscura de su tecnología con el desastre de Chernobil. Para los que no somos norteamericanos, ¿cuál fue el sentido de llegar a la Luna? La versión canónica es que es que los avances científicos del Programa Apolo lo justificaron, pero es lícito preguntarse si no hubiera sido más barato y efectivo financiar la exploración robótica, que es la que en estas décadas ha hecho avanzar enormemente nuestro conocimiento del sistema solar. También es canónico el argumento de que los avances tecnológicos derivados del Programa Apolo lo justificaron (el más importante sería la miniaturización de la electrónica). Pero es sensato preguntarse si no hubiera sido más efectivo investigar directamente esos avances tecnológicos con fondos que llegaron a más del 5% del presupuesto norteamericano durante una década. ¿La aventura del Apolo XI no nos dice nada entonces? Claro que sí, porque resuena con una de las pulsiones más elementales del ser humano: el deseo de conocer lo desconocido. El sentido de la aventura lunar, más allá de los avances en el conocimiento del sistema solar y de los adelantes que colateralmente se produjeron por la carrera espacial, es profundamente humano. Porque reencontró al hombre con el sentido de la aventura, de la exploración. Las primeras palabras de Scott Carpenter al pisar la Luna con la misión Apolo XV son las más representativas de ese pequeñísimo género textual que son las primera palabras en la Luna: “El hombre debe explorar”. Y explorar implica el amor por lo desconocido, que es el amor que sentimos también al mirar por un telescopio, aunque los divulgadores nos digan que nada nuevo podamos mirar. Así lo expresaba, en “Así habló Zaratustra”, Friedrich Nietzche: “Sí, soy amigo del mar y de todo lo marino, máxime cuando me contradice airadamente. Sí me impulsa ese deleite de la exploración que endereza las velas hacia lo ignoto; sí mi deleite es deleite de navegante; sí, una vez exclamé exultante: ha desaparecido la costa, se ha desprendido mi última atadura”. Y el espacio es no tener ataduras. Es seguir adelante por el honor y el coraje, como el insano Capitán Ahab perseguía la ballena blanca Moby Dick. Como Ulises quería volver con su esposa Penélope, tuvo que atarse al mástil de su barco para no sucumbir al canto de las sirenas que lo tentaban a seguir navegando para siempre, como quisiéramos todos viajar para siempre. Y quién escucho a las sirenas en el espacio fue Ed White, el primer norteamericano en realizar una caminata espacial en 1965. Deslumbrado por la inmensidad de la Tierra y la negrura del espacio, trató de dilatar todo lo posible la reentrada en la cápsula Gemini, incluso pretendiendo que no escuchaba las ordenes perentorias del control de misión en Tierra, quienes temían los efectos de flotar en el espacio, una experiencia nueva. El audio se consigue en internet y es conmovedor escuchar a White rogar que lo dejaran quedarse un poco más fuera de la cápsula y luego se rinde y dice antes de entrar: “Este es el momento más triste de mi vida”, palabras que estaban siendo transmitidas en directo por la radio.
La empatía universal de esos días de julio de 1969 se explica por la admiración que suscitan los que afrontan desafíos extremos en la soledad más absoluta. Los niños de los ’70 soñábamos con ser exploradores o astronautas porque se adentraban en lo desconocido. El aura triunfal de los astronautas se perdió con las soporíferas misiones de los transbordadores y de la estación espacial, en las que incluso los riesgos reales se minimizaban discursivamente. Pero los astronautas de los dorados ’60 y ’70 se jugaban la vida y eran conscientes de estar en un lugar privilegiado.
Cuando revisitamos los años de Apolo, lo que hacemos es soñar con escuchar el canto de las sirenas y seguir viajando para siempre, como Yuri Gagarin, como Neil Armstrong, como Ed White, como Ulises. 

domingo, 2 de junio de 2019

CRÓNICAS LUNARES. LA DECISIÓN DE ALAN SHEPARD


Alberto Anunziato (Sociedad Lunar Argentina)

Aparecido en Diario Uno de Paraná el 1º de junio de 2019


Alan Shepard manipulando equipo técnico en la superficie lunar



El 5 de febrero de 1971 se produjo el tercer alunizaje exitoso de la serie Apolo, el del módulo lunar Antares de la misión Apolo 14. En el módulo de comando quedaba Stuart Roosa y en el módulo lunar iban como tripulantes Edgard Mitchell y Alan Shepard, los dos caracteres más contrapuestos de todo el programa espacial. Pero cuando fue necesaria una decisión valerosa, estuvieron de acuerdo.
Shepard era un héroe norteamericano incluso antes de ir a la Luna, ya que fue el primero de esa nacionalidad en ir al espacio (aunque segundo del primer hombre en el espacio, el soviético Yuri Gagarin). Incluso su carrera como astronauta parecía terminada cuando  le diagnosticaron la enfermedad de Meniere, un problema en el oído que causa vértigo y desorientación, y decidió someterse a una riesgosa operación sólo para poder volver al espacio. Lo consiguió diez años después con 47 años, el más veterano de los integrantes de la misiones  Apolo.
Los problemas para Apolo 14 comenzaron cuando el módulo lunar se separó del módulo de comando para iniciar el alunizaje. La computadora de a bordo empezó a emitir una señal de “abortar”, como si leyera problemas que parecían no existir. La primera instrucción desde Tierra a Shepard fue que golpeara el tablero con un destornillador para ver si la señal cesaba (lo que solemos hacer con nuestros electrodomésticos), pero fue en vano. El gran problema es que esa señal de “abortar” podía ser ignorada pero podría repetirse durante la fase de descenso propulsado y la computadora, interpretándola como una emergencia, activara automáticamente los motores de ignición que separaban las etapas de ascenso y descenso… enviando a la tripulación al espacio, o bien estrellarlos contra la superficie lunar. Finalmente desde Tierra, a toda velocidad, reescribieron el programa y Mitchell ingresó los cambios manualmente, de manera que la señal pudiera ser ignorada sin peligro.
Pero eso no fue todo. Empezó a fallar el radar de alunizaje que indicaba información tan vital como la altitud, la velocidad de descenso y los posibles obstáculos en superficie como montañas o paredes de cráteres. Fue un momento tenso. El protocolo indicaba que era una falla que implicaba abortar la misión. Cuando el tono de voz de Shepard cambió de nervioso a decidido, cundió la desesperación en la sala de control: se percataron de que Shepard, piloto del módulo lunar, alunizaría de todas maneras, aunque fuera a ciegas. Shepard consultó con Mitchell si tomaban ese riesgo y Mitchell le dijo que sí, aunque deberían tratar de hacer funcionar el radar primero. Lo cierto es que bastó con apretar más fuertemente el interruptor para que el radar comenzara a funcionar y el alunizaje fuera un éxito. Cuenta la leyenda que Mitchell, quien no parecía estar tan convencido como Shepard de alunizar a ciegas, le preguntó a éste luego de la misión si realmente hubiera tomado ese riesgo y Shepard le respondió “Nunca lo sabrás, Ed. Nunca lo sabrás”.
La misión fue muy valiosa, aunque sea injustamente recordada por la bravuconada de Shepard de llevar un palo de golf a escondidas y golpear una pelota en la superficie lunar. Lo que ahora suena pintoresco, en su momento fue muy criticado: se habían gastado miles de millones de dólares para mandar a un astronauta a jugar al golf en la Luna, en vez de enviar a un científico. Probablemente las reacciones adversas a esta imagen posibilitaron que al menos en la última misión Apolo viajara un geólogo (Jack Schmitt). Pero este verdadero “space cowboy”, que odiaba estudiar geología lunar, y su compañero Ed Mitchell, decidieron por unos instantes jugarse su vida para llegar a la Luna… hasta que el bendito radar funcionó.

“Crónicas lunares” es una serie de artículos de divulgación que forma parte del programa “La Luna y nosotros”, destinado a celebrar los 50 años del alunizaje del Apolo XI y la llegada del hombre a la Luna, organizado por la Sociedad Lunar Argentina (SLA). En el marco de ese programa, el próximo domingo 2 de junio de 2019 a las 18 horas se llevará a cabo una conferencia teórico-práctica llamada “Introducción a la Selenografía. Cómo reconocer lo que vemos en la superficie de la Luna”. Es un evento de la Sociedad Lunar Paranaense, integrante de la  Sociedad Lunar Argentina, auspiciado por el Centro de Observadores del Espacio de Santa Fe y la Liga Iberoamericana de Astronomía. Con imágenes obtenidas por miembros de la Sociedad Lunar Paranaense se ilustraran los distintos tipos de paisajes que se pueden observar con un telescopio en la cara visible de la Luna. Los interesados en participar de este importante evento de astronomía amateur deberán enviar un email a sociedadlunarargentina@gmail.com para confirmar su presencia, ya que por razones de espacio el cupo es limitado.

 La rama local de la SLA es la Sociedad Lunar Paranaense. Contactate con nosotros para unirte a nuestras actividades, enviando un email a sociedadlunarargentina@gmail.com


martes, 21 de mayo de 2019

CRÓNICAS LUNARES. LAS BACTERIAS QUE VIVIERON DOS AÑOS Y MEDIO EN LA LUNA


Alberto Anunziato (Sociedad Lunar Argentina)
sociedadlunarargentina@gmail.com

Publicado en Diario Uno de Paraná el 21 de mayo de 2019


Alan Bean posando junto a la sonda Surveyor 3 con el módulo lunar Intrepid en el fondo.

Una de las fotos más impresionantes de las misiones Apolo, es la que muestra al astronauta  Alan Bean de la misión Apolo XII manipulando la sonda Surveyor 3 con el módulo lunar “Intrepid” en el fondo. Son las únicas imágenes en la que vemos a un astronauta y dos naves espaciales y son muy evocadoras para los que crecimos con las antiguas películas de ciencia ficción de los “sábados de súper acción”. El alunizaje del módulo lunar Eagle del Apolo 11 no había ocurrido en un sitio conocido con precisión, porque Armstrong había tomado la decisión de tomar el comando manual y no alunizar en el muy escarpado sitio al que lo enviaba la computadora de a bordo. Sólo unos días después se pudo precisar el sitio del alunizaje en detalle. La proeza del Apolo 12 consistió en lograr un alunizaje perfectamente programado, que no obligó al piloto del módulo lunar a tomar el control, y además lo hizo a metros del objetivo fijado. La sonda Surveyor 3, de la NASA, había alunizado el 20 de abril de 1967 en el Oceanus Procellarum, realizado más de 6.000 fotografías y tomado y analizado muestras del suelo lunar con un brazo robótico dotado de un taladro. El 19 de noviembre de 1969, Conrad y Bean la tenían a la vista desde el módulo lunar. Surveyor 3 había rebotado dos veces en la superficie lunar y luego se había desplazado por la ladera de un cráter de 1 metro de profundidad. La segunda actividad extravehicular de la misión fue en el “cráter Surveyor”. Se les había asignado la misión de registrar el estado general del exterior de la sonda y remover ciertos componentes, el principal de ellos la cámara fotográfica, para analizar el deterioro sufrido por los más de dos años  de exposición al hostil entorno lunar. Los componentes fueron empaquetados con el mismo protocolo que las muestras de rocas y suelo lunar, es decir,  en contenedores esterilizados que impidieran su contaminación. La gran sorpresa se dio cuando en los laboratorios de la NASA se analizó la cámara del Surveyor y se encontraron unas pocas bacterias muy comunes del tipo Streptococcus mitis. Fue la primera vez que se constató que un organismo vivo podía soportar las condiciones extremas del espacio exterior, como la intensa radiación y las temperaturas extremas de un astro sin atmósfera. A falta de selenitas resfriados, era evidente que las bacterias provenían del contacto humano con la sonda antes de su partida, ya que el contacto con los astronautas del Apolo 12 se había producido con medios estériles. Las bacterias habían soportado el viaje a la Luna, dos años y medio en la superficie y el viaje de vuelta. Y seguían activas. Por un extraño sesgo cognitivo, común lamentablemente en la astronomía, un hecho asombroso fue en cierta manera silenciado, los libros que hablan de los resultados científicos de las misiones Apolo no suelen referir este hecho. Años después una investigación independiente pretendió contradecir el informe oficial de la NASA sosteniendo que la contaminación se habría producido en el Apolo 12 por la mala calidad de los contenedores o en la NASA por descuido. Pero si así hubiera sido, las bacterias hubieran sido muchas más que la docena que se constató y además hubieran estado más activas que las bacterias lunares, que estuvieron un largo período latentes. La historia de las bacterias de la Surveyor determinó el comportamiento futuro de las agencias espaciales respecto al cuidado para no contaminar con vida microscópica terrestre otros mundos, tal fue el motivo de la decisión de hundir a la sonda Cassini en el gaseoso Saturno, para evitar su caída en un satélite que podría en el futuro ser explorado en búsqueda de seres vivos como Encelado. Hace pocos días, la Agencia Espacial Europea y la rusa Roscosmos anunció el resultado de un experimento que confirma la historia bacteriana de la Surveyor: enviaron una serie de microorganismos diseminados en tierra que simulaba las condiciones de la superficie de Marte a la Estación Espacial Internacional y los expusieron durante 18 meses en el exterior de uno de sus módulos a las inhóspitas condiciones del espacio… y sobrevivieron.


“Crónicas lunares” es una serie de artículos de divulgación que forma parte del programa “La Luna y nosotros”, destinado a celebrar los 50 años del alunizaje del Apolo XI y la llegada del hombre a la Luna, organizado por la Sociedad Lunar Argentina (SLA). La rama local de la SLA es la Sociedad Lunar Paranaense. Contactate con nosotros para unirte a nuestras actividades, enviando un email a sociedadlunarargentina@gmail.com


miércoles, 3 de abril de 2019

CRÓNICAS LUNARES. EL ROTULADOR QUE CAMBIÓ LA HISTORIA

Publicado en "Diario Uno" de Paraná el 1º de abril de 2019


Alberto Anunziato (Sociedad Lunar Argentina)
sociedadlunarargentina@gmail.com


Las misiones Apolo eran intrínsecamente peligrosas, y la que llevaría a los primeros hombres a pisar la superficie de la Luna (Apolo 11) agregaba los peligros inherentes al descenso a la Luna y al ascenso hacia el módulo de comando y servicio que los llevaría de vuelta a la Tierra. Recordemos que mientras Michael Collins orbitaba la Luna, el módulo lunar “Eagle” se desprendería del módulo de comando y servicio y descendería hacia la Luna. Esa fase era una de las más angustiantes, porque no había mucho margen de error, ya que el combustible para la maniobra era poco. Para colmo, Neil Armstrong estuvo literalmente a una fracción de segundo de la muerte cuando entrenaba con el modulo luna, en Tierra, y logró eyectarse poco antes de chocar, para luego casi caer con su paracaídas sobre el módulo ardiendo.  Cuando el “Eagle” inició su descenso en piloto automático, Amstrong se percató de que el sitio de alunizaje programado era muy rocoso y que la maniobra sería demasiado peligrosa, por lo que tomó el control y llevó la nave a una zona más lejana pero más lisa, aunque eso implicó gastar más combustible y llegar al límite después del cual un eventual aborto del alunizaje sería imposible.  Riesgo superado.
Buena parte de las casi 5 horas que pasaron Armstrong y Aldrin en la Luna transcurrieron en el estrechísimo módulo, horas más incómodas todavía por los trajes espaciales. Los roces eran constantes. Buzz Aldrin vio algo que llamó su atención. Se trataba de un interruptor, tirado en el piso. Pero no cualquier interruptor, en ineludible aplicación de las leyes de Murphy, era el interruptor del sistema de ignición de los cohetes que llevarían al módulo de alunizaje desde la superficie lunar al módulo de servicio y comando para poder regresar a la Tierra. La aventura humana más lejana podía terminar en tragedia por un simple interruptor. Buzz Aldrin cuenta en su libro “Return to Earth”, publicado en 1973 como reparó la falta del interruptor: “Como era un circuito eléctrico, decidí no tocarlo con el dedo ni usar nada que fuera metálico … tenía un rotulador en uno de los bolsillos de mi traje… después de postergar el procedimiento de cuenta atrás por un par de horas para el caso de que no funcionara, inserté un rotulador en el pequeño orificio en el que faltaba el interruptor, y apreté. Funcionó. Finalmente, podríamos despegar de la Luna”. Un simple rotulador, un marcador, una fibra, salvó a los dos astronautas de una muerte atroz y segura, ya que el módulo de servicio piloteado por Collins no podía descender a ayudarlos. La anécdota del rotulador-no fue una lapicera, como incorrectamente se la menciona por confusión entre “pen” (lapicera) y “felt tipped pen” (rotulador)- no fue mencionada en la inmensidad de libros que se publicaron luego del 20 de julio de 1969, la NASA parece haber ejercido una censura incomprensible sobre la falla. La develó Aldrin en su libro, ya con una relación conflictiva con la NASA. Decimos incomprensible, porque la sangre fría de estos dos héroes se aprecia claramente en solucionar un problema nimio pero en que les iba la vida.
Aparte
“Crónicas lunares” es una serie de artículos de divulgación que forma parte del programa “La Luna y nosotros”, destinado a celebrar los 50 años del alunizaje del Apolo XI y la llegada del hombre a la Luna y organizado por la Sociedad Lunar Argentina (SLA). Contactate con nosotros para unirte a nuestras actividades, enviando un email a sociedadlunarargentina@gmail.com