Publicado
el sábado 5 de octubre de 2019 en Diario Uno de Paraná, Entre Ríos.
Alberto Anunziato (Sociedad Lunar Argentina)
El
despegue de la misión Apolo 14 el 31 de enero de 1971 producía una gran
ansiedad en el numeroso público que asistía en directo y por televisión, en
números más grandes aún que los del Apolo 11. La casi tragedia del Apolo 13,
con los astronautas abortando el alunizaje y salvando sus vidas por milagro generaba
mucha expectativa: un nuevo desastre auguraba un abrupto final al programa
lunar. El despegue fue perfecto, pero los problemas surgieron en órbita lunar
(al intentar el traspaso de Edgard Mitchell y Alan Shepard al módulo de
alunizaje) y durante el acercamiento a la superficie sin datos de radar. Pero
ya en la Luna habían logrado un alunizaje de precisión y una primera actividad
extra-vehicular exitosa desplegando los instrumentos científicos de la misión
en la superficie. Fue en la segunda actividad fuera del módulo lunar, al día
siguiente, cuando comienza nuestra aventura. El plan original era una larga
caminata de un kilómetro y medio desde el módulo Antares hasta un cráter de
casi 400 metros de diámetro llamado Cone. Los geólogos habían planeado que los
astronautas recorrieran ese camino recogiendo a intervalos regulares muestras
de rocas. Cuando se produce el impacto de un meteorito, los materiales
superficiales son los que se eyectan más lejos y los que pertenecen a estratos
más profundos son eyectados más cerca del cráter de impacto. El plan consistía
en ir recogiendo muestras hasta llegar a las grandes rocas cerca del borde, que
habían sido identificadas en imágenes de las misiones Lunar Orbiter y que se
consideraban el premio mayor: obtener muestras
de las capas más inferiores de la corteza lunar sin tener que cavar. Y además
asomarse a las profundidades del cráter, de una profundidad de más de
doscientos metros. La distancia era larga pero no inalcanzable. Los dos
astronautas iban equipados con distintos instrumentos geológicos en un carrito
que iban tirando alternadamente. Pronto se dieron cuenta que el mapa
fotográfico que llevaban no ayudaba mucho. El contraste entre la oscuridad
brutal del cielo y la luz cegadora del Sol, junto con un horizonte mucho más
cercano que el terráqueo (por el diámetro reducido de la circunferencia lunar)
hacía difícil la orientación. Además, esperaban un terreno llano pero era
sumamente montañoso, con crestas onduladas que hacían dificultoso el andar. El
carrito chocaba constantemente con las pequeñas rocas y retrocedía como lo hace
un objeto en una gravedad de 1/6 de la terrestre. Empezaron a cargarlo en vez
de tirar de él, pero era demasiado agotador. Cuando llegaban a la superficie de
una cresta del terreno pensaban haber llegado a la ladera del deseado cráter
pero se daban cuenta de que debían seguir caminando. O de que debían cambiar
camino. Desde el control en tierra los instaron primero a abandonar el carrito,
pero la pareja se negó, sabiendo que sin instrumentos no tenía sentido llegar
al lejano cráter. Luego los instaron a volver al engañosamente cercano módulo
lunar. La extraña pareja se negó y rogó. Como si fuera una película de guerra o
de escape de prisión, en la que dos personas que se detestan encadenadas por la
situación deben cumplir su deber a toda costa. Los dos astronautas no podían
ser más distintos. Shepard, el primer norteamericano en el espacio, un héroe
del Programa Mercury y un terrible altanero que alardeaba de despreciar la
ciencia; Mitchell, una de las mentes preclaras del Programa Apolo y un místico
que abandonaría la NASA un año después para dedicarse a la parapsicología. La
extraña pareja caminaba ya exhausta y jadeante, habiendo agotado la reserva de
media hora de oxígeno, y el elusivo Cráter Cone los engañaba como un espejismo.
Finalmente el control en tierra les ordenó volver. Las muestras geológicas
recogidas fueron de inmensa utilidad aunque no alcanzaron la deseada ladera del
Cráter Cone. El análisis de las imágenes del orbitador lunar LRO, pocos años
atrás, mostró el espectáculo conmovedor de sus huellas de camino a su destino.
Estuvieron a veinte metros de lograrlo.
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