Alberto
Anunziato (Sociedad Lunar Argentina)
Aparecido
en Diario Uno de Paraná el 1º de junio de 2019
Alan Shepard manipulando equipo técnico en la
superficie lunar
El
5 de febrero de 1971 se produjo el tercer alunizaje exitoso de la serie Apolo,
el del módulo lunar Antares de la misión Apolo 14. En el módulo de comando
quedaba Stuart Roosa y en el módulo lunar iban como tripulantes Edgard Mitchell
y Alan Shepard, los dos caracteres más contrapuestos de todo el programa
espacial. Pero cuando fue necesaria una decisión valerosa, estuvieron de
acuerdo.
Shepard
era un héroe norteamericano incluso antes de ir a la Luna, ya que fue el
primero de esa nacionalidad en ir al espacio (aunque segundo del primer hombre
en el espacio, el soviético Yuri Gagarin). Incluso su carrera como astronauta
parecía terminada cuando le
diagnosticaron la enfermedad de Meniere, un problema en el oído que causa
vértigo y desorientación, y decidió someterse a una riesgosa operación sólo
para poder volver al espacio. Lo consiguió diez años después con 47 años, el
más veterano de los integrantes de la misiones Apolo.
Los problemas para Apolo 14 comenzaron cuando el
módulo lunar se separó del módulo de comando para iniciar el alunizaje. La
computadora de a bordo empezó a emitir una señal de “abortar”, como si leyera
problemas que parecían no existir. La primera instrucción desde Tierra a
Shepard fue que golpeara el tablero con un destornillador para ver si la señal
cesaba (lo que solemos hacer con nuestros electrodomésticos), pero fue en vano.
El gran problema es que esa señal de “abortar” podía ser ignorada pero podría
repetirse durante la fase de descenso propulsado y la computadora,
interpretándola como una emergencia, activara automáticamente los motores de
ignición que separaban las etapas de ascenso y descenso… enviando a la
tripulación al espacio, o bien estrellarlos contra la superficie lunar.
Finalmente desde Tierra, a toda velocidad, reescribieron el programa y Mitchell
ingresó los cambios manualmente, de manera que la señal pudiera ser ignorada
sin peligro.
Pero eso no fue todo. Empezó a fallar el radar de
alunizaje que indicaba información tan vital como la altitud, la velocidad de
descenso y los posibles obstáculos en superficie como montañas o paredes de
cráteres. Fue un momento tenso. El protocolo indicaba que era una falla que
implicaba abortar la misión. Cuando el tono de voz de Shepard cambió de
nervioso a decidido, cundió la desesperación en la sala de control: se
percataron de que Shepard, piloto del módulo lunar, alunizaría de todas
maneras, aunque fuera a ciegas. Shepard consultó con Mitchell si tomaban ese
riesgo y Mitchell le dijo que sí, aunque deberían tratar de hacer funcionar el
radar primero. Lo cierto es que bastó con apretar más fuertemente el
interruptor para que el radar comenzara a funcionar y el alunizaje fuera un
éxito. Cuenta la leyenda que Mitchell, quien no parecía estar tan convencido
como Shepard de alunizar a ciegas, le preguntó a éste luego de la misión si
realmente hubiera tomado ese riesgo y Shepard le respondió “Nunca lo sabrás,
Ed. Nunca lo sabrás”.
La misión fue muy valiosa, aunque sea injustamente recordada
por la bravuconada de Shepard de llevar un palo de golf a escondidas y golpear
una pelota en la superficie lunar. Lo que ahora suena pintoresco, en su momento
fue muy criticado: se habían gastado miles de millones de dólares para mandar a
un astronauta a jugar al golf en la Luna, en vez de enviar a un científico. Probablemente
las reacciones adversas a esta imagen posibilitaron que al menos en la última
misión Apolo viajara un geólogo (Jack Schmitt). Pero este verdadero “space
cowboy”, que odiaba estudiar geología lunar, y su compañero Ed Mitchell,
decidieron por unos instantes jugarse su vida para llegar a la Luna… hasta que
el bendito radar funcionó.
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