Traducción del texto aparecido en la edición de
febrero 2023 de “The Lunar Observer”
“Ver para creer, pero no vemos solo con nuestros ojos.
Miramos el mundo con la ayuda de imágenes heredadas que podemos esforzarnos por
mejorar pero que no trabajamos para reemplazar a menos que ocurra algo
dramático”
William
Shea
El arte de ver excede el sentido de la vista, es un arte que se aprende teóricamente, como cualquier arte. Lo dijo de manera insuperable John Herschel en sus “Scientific Papers”: “Ver es, en algunos aspectos, un arte que debe aprenderse. Hacer que una persona vea con tal aumento es casi lo mismo que si me pidieran que tocara una de las fugas de Haendel en el órgano. Muchas noches he estado practicando para ver, y sería extraño que uno no adquiriera cierta destreza con una práctica tan constante”. Cuando hoy observamos la Luna, la vemos ayudados por un bagaje de conocimientos adquiridos en tres siglos y medio de observaciones visuales y más de 60 años de misiones espaciales en órbita y superficie lunar. Cuando observamos visualmente difícilmente reconoceríamos lo que no conocemos previamente, lo que también puede derivar en un sesgo observacional (por eso es conveniente registrar todo lo que se observa, sin juzgar sobre su fiabilidad mientras estamos detrás del ocular, el momento de chequear es posterior a la observación). ¿Observar es un arte? Claro, pensemos que hoy podemos observar Sirius B, la estrella compañera de Sirius con telescopios mucho más pequeños que el refractor de 470 mm con el que fue por primera vez observada. En la Luna los ejemplos abundan, los dorsa, por ejemplo, fueron registrados por vez primera por Johann Schröter a fines del siglo XVIII, pero son visibles con telescopios bastante más pequeños que los que usaron sus antecesores, quienes veían los maría como completamente lisos (o al menos así los registraban). Entonces, cada observador observa “subido a hombros de gigantes”. ¿Y la primera observación lunar telescópica? Sabemos que la realizó el inglés Thomas Harriot, pero la segunda sí fue mucho más documentada, la realizó Galileo Galilei el 30 de noviembre de 1609, y quedó documentada (junto con las siguientes) en el que, me atrevo a decir, fue el libro más importante de la historia de la astronomía: “Sidereus Nuncius” (“Sidereal Message” or “Sidereal Messenger”). ¿Fue la de Galileo una observación pura, no sabía lo que podía ver en la Luna? No, el debate sobre la naturaleza de la Luna llevaba siglos cuando Galileo llevó su telescopio pionero a la superficie de nuestro satélite. De acuerdo con la concepción ptolemaica de un universo sin cambios fuera de la Tierra, la Luna se pensaba como un astro más, una esfera perfecta, de cristal o fuego, y las manchas oscuras (“la cara que se ve en la Luna”) se explicaban como defectos visuales de los observadores, reflejos de los mares terrestres y otras hipótesis similares. El paradigma minoritario concebía a la Luna como un astro diferente a los demás, similar a la Tierra. De las obras de los antiguos que conservamos, este paradigma minoritario se encuentra explicado en la obra del filósofo Plutarco de Queronea “Sobre la cara visible en la Luna” (incluida en “Moralia”). Es un diálogo en el que se debate sobre las distintas opiniones acerca de la naturaleza de la Luna para luego debatir sobre su naturaleza metafísica como sede de los daimones y morada transitoria de las almas antes de volver a encarnar en un ser humano. Lo más interesante, y asombroso, de la obra de Plutarco es el fundamento “observacional” de su hipótesis de la Luna como otra Tierra (del que deriva su habitabilidad), que “tiene hendiduras, o profundidades y huecos, lo que es un argumento para los que hacen de ella un cuerpo parecido a la tierra”: el análisis del terminador (recordemos, observado a simple vista): “la apariencia de los lugares oscuros de la Luna no es uniforme; hay istmos, por así llamarlos, donde el brillo parte y define la sombra, cada región está delimitada y tiene su propio límite, y así los lugares donde se encuentran la luz y la sombra asumen la apariencia de altura y profundidad” (página 18). “Pero la Luna tiene muchas irregularidades y partes rugosas, de modo que los rayos que proceden de un cuerpo grande, cuando caen sobre eminencias considerables, están expuestos a contrailuminación y dispersión recíproca; la luz cruzada se refleja, envuelve y acumula como si nos llegara desde varios espejos (…)” (página 30). Las citas pertenecen a la traducción de A. O. Prickard de 1911: “The Face wich appears on the Orb of the Moon”.
No hay descripciones directas de las montañas, como tampoco de ningún accidente lunar completo. En primer lugar, porque “El problema era que el acto de ver a través de un telescopio no era tan sencillo. Las lentes colocadas en ambos extremos de un tubo no solo magnificaban la imagen, sino que también producían distorsiones: alargamientos, desenfoques, franjas de color. El campo de visión del telescopio de Galileo era muy estrecho y no podía ver más que una pequeña fracción de la Luna a la vez. Era prácticamente imposible enfocar el instrumento de un metro de largo sin fijarlo al alféizar de una ventana oa un soporte. Los eruditos mayores, que intentaron manejar el telescopio, se molestaron cuando el objeto siguió saltando” (William R. Shea: “Galileo the Copernican”, page 52). Además, el telescopio que usó para las observaciones lunares del Sidereus Nuncius, que alcanzaba apenas los 8 aumentos. La imagen que acompañamos es la que eligió Galileo para ilustrar la irregularidad del terminador y los puntos brillantes en su cercanía (en la parte del Sidereus Nuncius que citamos). El detalle en este y otros dibujos de Galileo es poco, pero eso se debe a que la finalidad de los dibujos de Galileo no era cartográfico sino “enfatizar las analogías con los paisajes terrestres y no las diferencias” (William Sheehan-Thomas Dobbins, Epic Moon, page 9).
No
hay descripciones directas de las montañas, como tampoco de ningún accidente
lunar completo. En primer
lugar, porque “El problema era que el acto de ver a través de un telescopio no
era tan sencillo. Las lentes colocadas en ambos extremos de un tubo no solo
magnificaban la imagen, sino que también producían distorsiones: alargamientos,
desenfoques, franjas de color. El campo de visión del telescopio de Galileo era
muy estrecho y no podía ver más que una pequeña fracción de la Luna a la vez.
Era prácticamente imposible enfocar el instrumento de un metro de largo sin
fijarlo al alféizar de una ventana oa un soporte. Los eruditos mayores, que
intentaron manejar el telescopio, se molestaron cuando el objeto siguió
saltando” (William R. Shea: “Galileo the Copernican”, page 52). Además,
el telescopio que usó para las observaciones lunares del Sidereus Nuncius, que
alcanzaba apenas los 8 aumentos. La imagen que acompañamos es la que eligió
Galileo para ilustrar la irregularidad del terminador y los puntos brillantes
en su cercanía (en la parte del Sidereus Nuncius que citamos). El detalle en
este y otros dibujos de Galileo es poco, pero eso se debe a que la finalidad de
los dibujos de Galileo no era cartográfico sino “enfatizar las analogías con
los paisajes terrestres y no las diferencias” (William Sheehan-Thomas Dobbins,
Epic Moon, page 9).
Mi hipótesis es que Galileo hubiera tardado mucho más en reconocer que en la Luna hay elevaciones y depresiones como en la Tierra de no haber conocido el texto de Plutarco. ¿Las montañas de la Luna serían evidentes por sí mismas al observarse con un catalejo de 8 aumentos? Nunca lo sabremos, porque los que siguieron a Galileo en la observación telescópica de la Luna lo hicieron sobre la base de sus observaciones y de la interpretación realizada en base al texto de Plutarco. Galileo utilizó las observaciones para desmentir un paradigma (una Luna lisa y perfecta) y apoyar otro (La Luna como un cuerpo terrestre), pero ambos paradigmas eran prexistentes. La cultura renacentista en la que surgió la astronomía moderna daba una enorme importancia a las fuentes clásicas, y Galileo se apoyó en Plutarco como lo haría cualquier científico de la época. No olvidemos que Kepler era un devoto del libro de Plutarco y toda su observación y teoría lunar se apoyan en el reconocimiento de esa fuente. Galileo funda la ciencia moderna cuando le atribuye un valor esencial a la observación frente a la autoridad, pero se sirvió de la autoridad para validar la observación en un primer momento. Plutarco siguió siendo una fuente de validación teórica de las primeras observaciones, no solamente en Kepler sino en la primera enciclopedia lunar, la “Selenographia” de Hevelius, publicado en 1647, Plutarco es una autoridad citada. Comprensiblemente, después de Hevelius, Plutarco deja de ser citado, la autoridad de la ciencia griega ya no era necesaria mientras las observaciones se multiplicaban y confirmaban su texto.