(Marcelo Mojica – Club Icarus)
Hay noches en que el telescopio, por pequeño que sea,
se convierte en un instrumento de comunión. Basta un Maksutov-Cassegrain de 90
mm, un cielo despejado y un poco de paciencia para viajar, sin moverse del
patio, hacia las cicatrices más antiguas de la Luna. Entre las vastas llanuras
del sur lunar —una región compleja y envejecida, llena de sombras y elevaciones
quebradas— reposan tres cráteres que cuentan una historia de impactos, tiempo y
silencio: Stöfler, Walter y Regiomontanus.
La geografía de
los sabios
Fig.1.- Se observan los
cráteres Stofler, Walter y Regiomontanus, mostrando sus características tan
acogedoras. Imagen obtenida con un Mak
de 90mm y una focal de 1200mm y filtro IR, el 19/ene/24 a horas 01:45 UT con un
s= 3/10 y un t= 2/6
Estos tres cráteres forman un triángulo reconocible en
el cuadrante sur de la Luna, próximos al borde sur del Mare Nubium.
- Stöfler (centro
selenográfico: 41.1° S, 6.2° E)
- Walter (33.0° S, 1.0° E)
- Regiomontanus (28.3° S, 1.0° E)
Se encuentran mejor observables entre los días 6 y
12 del ciclo lunar, cuando el terminador —esa frontera de luz y sombra que
avanza lentamente sobre el disco— resalta sus relieves con un dramatismo casi
escultórico. En esas noches, el Sol rasante ilumina los picos y paredes de los
cráteres, proyectando sombras que se alargan como dedos antiguos sobre la
superficie. [1]
Walter: el eco
de una montaña interior
De los tres, Walter es quizá el más majestuoso.
Su borde está erosionado, sus muros parcialmente colapsados, pero en su centro
se alza un conjunto de picos centrales impresionantes, producto del
rebote del suelo lunar tras el impacto que lo formó hace más de mil millones de
años.
El pico central principal alcanza una altura cercana a los 2.7 kilómetros,
un coloso diminuto a la escala terrestre, pero imponente bajo la mirada de un
telescopio pequeño. Al observarlo, se tiene la sensación de contemplar un altar
de piedra, levantado en mitad de un desierto sin aire. En noches de buena
estabilidad atmosférica, esos picos parecen encenderse brevemente, devolviendo
la luz del Sol como brasas blancas. [1]
Regiomontanus:
la herida del tiempo
Más al norte yace Regiomontanus, un cráter de
unos 110 km de diámetro, cuyos muros han sido invadidos y rotos por impactos
posteriores. El más notorio de ellos es Purbach, que destruyó parte de
su borde noroeste, superponiéndose como una ola pétrea que devoró su estructura
original.
En su interior se distinguen varios cráteres secundarios, dispersos como
memorias de impactos menores. Observarlos con un telescopio modesto es un
desafío gratificante: aparecen y desaparecen con los cambios de luz, revelando
el dinamismo de un paisaje que, aunque inmóvil, nunca deja de transformarse
bajo el juego del claroscuro lunar. [1]
Stöfler: el
testigo silencioso
Finalmente, Stöfler, el más antiguo de los
tres, muestra las huellas de incontables impactos posteriores. Su borde está
fragmentado, interrumpido por una multitud de cráteres pequeños que lo
invaden, como si el tiempo mismo se hubiera ensañado con su estructura. El
cráter Faraday, por ejemplo, corta su muro occidental, y a su alrededor
proliferan decenas de pequeños círculos brillantes que hablan de una superficie
castigada por millones de años de bombardeo cósmico.
A través de un modesto telescopio, Stöfler ofrece una lección de humildad: lo
que una vez fue un coloso, hoy es un mosaico de heridas superpuestas, un
registro geológico del paso de los eones. [1]
El acto de
mirar
Observar esta región —la tríada de Stöfler, Walter y
Regiomontanus— no es solo un ejercicio astronómico: es una experiencia casi
espiritual. Cada noche de observación es distinta; cada sombra, una historia
nueva. No importa el tamaño del telescopio, sino la disposición del alma ante
el misterio. Cuando el ojo se posa en el ocular y la Luna se revela en matices
de gris, comprendemos algo profundo: que, en esa esfera luminosa, tan lejana
y tan cercana, está escrita también nuestra propia historia de curiosidad y
asombro.
Así que, si la próxima noche está clara y la Luna
ronda su primer cuarto creciente, apunta tu pequeño Mak hacia el sur lunar. Déjate
envolver por la luz plateada y silenciosa, y contempla —aunque sea por unos
minutos— el testimonio de los siglos grabado en la piedra sin aire.
Porque mirar la Luna no es solo observar: es recordar que el Universo aún
nos invita a sentir.
Bibliografía
1.
Virtual Moon Atlas V8.2. Freeware.
Aclaración:
En el Virtual Moon Atlas
existe un otro cráter, que es pequeño, denominado “Walter” en Mare Imbrium, el
que se nombra en éste artículo está como “Walther” en dicho Atlas.

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