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martes, 25 de noviembre de 2025

Por qué Observar la Luna en fase llena - II

 

(Marcelo Mojica - Club de Astronomía Icarus)

 

Un viaje entre luces, sombras y misterio

Observar la Luna es, desde tiempos antiguos, un acto profundamente humano. No importa cuántos telescopios modernos fabriquemos ni cuánta ciencia sepamos: cuando la luz plateada del satélite se derrama sobre nosotros, sentimos una mezcla de asombro, quietud y una especie de llamado interior difícil de explicar. En las fiestas de las estrellas, donde compartimos telescopios con el público, esa emoción se hace evidente. Siempre, sin excepción, alguien pregunta: “¿Y cómo se ve la Luna llena?” Y entonces explicamos que, la fase creciente es la mejor para apreciar los relieves lunares, pero la Luna llena también tiene secretos que solo ella puede revelar.

En fase creciente —especialmente entre el cuarto creciente y la gibosa creciente— el famoso “terminador”, esa línea que separa noche y día en la superficie lunar, proyecta sombras largas sobre cráteres y montañas. Esas sombras actúan como pinceles que delinean cada relieve, permitiéndonos ver profundidad, altura y textura. Es por esto que los aficionados solemos recomendar verla en estas fases: el paisaje lunar cobra vida tridimensional. Sin embargo, la historia no termina ahí. La Luna llena, tan criticada por los astrónomos aficionados por “aplanar” la superficie con su iluminación frontal, esconde detalles que ninguna otra fase permite ver con tanta claridad.

Primero están los rayos, esas líneas luminosas que irradian violentamente desde algunos cráteres jóvenes. En fases de iluminación oblicua suelen perderse entre sombras y contrastes, pero en Luna llena se vuelven espectaculares. El mejor ejemplo lo encontramos en Tycho, Fig.1, ubicado en el hemisferio sur lunar, aproximadamente a unos 43° de latitud sur y 11° de longitud oeste. Su sistema de rayos es el más extenso y brillante de toda la superficie visible: una explosión congelada en el tiempo. Durante el cuarto creciente sus bordes aparecen nítidos y profundos, pero los rayos no se aprecian del todo. Solo cuando la Luna está completamente iluminada, Tycho despliega su corona blanca, como una estrella incrustada en el suelo selenita. [1]



Fig.1.- Se observa Tycho, sus rayos y los círculos concéntricos claros y oscuros.  Refrc. 72mm APO

Otro gigante es Copérnico, Fig.2, situado cerca del centro-oeste lunar, alrededor de 10° norte y 20° oeste. En fase creciente —especialmente unas dos noches después del primer cuarto— Copérnico es una obra maestra de luces y sombras: sus paredes en terrazas y su pico central resaltan con un relieve impresionante. Pero en la Luna llena ocurre algo distinto: Copérnico parece brillar con una energía propia. Sus rayos cortos pero intensos y el brillo de su entorno lo convierten en uno de los cráteres más llamativos del disco lunar, incluso con binoculares. [1]



Fig.2.- Se pueden observar los cráteres Kepler, a la izquierda, y Copernico con sus rayos.  Mak de 90mm

Más hacia el oeste encontramos Kepler, Fig.2, ubicado cerca de los 8° norte y 38° oeste. Kepler es más pequeño que Copérnico, pero sus rayos son extraordinariamente luminosos. En fase creciente se aprecia como un cráter definido, con un interior oscuro y bordes brillantes; sin embargo, en la Luna llena sus rayos resaltan con una claridad casi simbólica, como si alguien hubiera derramado tinta blanca desde su centro hacia los mares circundantes. [1]

Mención especial merece el par de cráteres Messier y Messier A, situados en el Mare Fecunditatis, Fig.3, a unos 2° sur y 48° este. Se trata de una pareja intrigante: dos cráteres elongados y asimétricos que parecen haber sido formados por impactos rasantes. En fase creciente, cuando el terminador los ilumina de lado, se revelan sus peculiares formas alargadas, como marcas de garras sobre una superficie suave. Pero es en Luna llena cuando se produce la verdadera sorpresa: desde estos cráteres emerge una doble estela brillante, un par de rayos paralelos que se extienden hacia el este con una simetría que desconcierta al observador. Estos rayos apenas se insinúan en creciente o menguante, pero en Luna llena aparecen como trazos nítidos y fantasmales. [1]


Fig.3.- Al centro del Mar de la Fecundidad son noto-rios los cráteres Messier y Messier A (que parece un cometa con cola).
  Mak 90mm

Todas estas estructuras —Tycho, Copérnico, Kepler, Messier…— nos recuerdan que la Luna no es un simple disco luminoso, sino un mundo antiguo moldeado por fuerzas violentas. Cuando la vemos en creciente, la Luna nos habla del relieve, de la altura, de la topografía. Cuando la vemos en llena, nos habla del tiempo geológico, de explosiones colosales y de materiales eyectados que viajaron cientos de kilómetros.

Durante nuestras observaciones públicas, solemos jugar con esta dualidad. Mostramos los cráteres primero entre sombras y luces, explicando cómo la oblicuidad de la luz solar resalta las paredes, suelos y picos centrales. Luego invitamos a comparar ese mismo paisaje bajo la luz frontal de la Luna llena. Algunas personas se sorprenden al notar que ciertos detalles desaparecen, pero otros surgen con intensidad: los relieves se aplanan, sí, pero aparecen patrones de albedo que revelan la composición superficial y la historia del impacto.  En especial, y debe ser mencionado, que los bordes de los cráteres están perfectamente delineados cuando nuestro satélite natural se muestra en fase de llena. Fig4.



Fig.4.- Región central de la Luna ("Bahía del Medio”) mostrando la forma de los cráteres. Mak 90mm

A pesar de todo el análisis, nunca falta el toque místico. Cuando la Luna llena se asoma en el ocular, la gente suele guardar silencio. Tal vez porque ese brillo total nos recuerda a las antiguas leyendas, o quizá porque la iluminación completa crea un efecto de perfección circular que toca algo profundo en nuestra mente. Es un instante en que la ciencia conversa con la emoción, y en esa conversación todos salimos ganando.

Para las imágenes que acompañan este artículo utilicé dos telescopios, un Refractor Sky-Watcher Evostar APO de 72mm de apertura y una focal de 420mm con barlow 2X y un Maksutov Meade, de 90 mm de apertura y 1200mm de focal, equipado con un compresor 0.5X Orion para ampliar el campo y capturar regiones más extensas del disco lunar. Estos pequeños instrumentos, compactos y accesibles, demuestran que no se necesita un gran observatorio para adentrarse en los secretos selenitas. Basta un poco de paciencia, un cielo despejado y el deseo de asomarse a otro mundo.

Observar la Luna —ya sea en creciente, llena o menguante— es volver a conectar con la esencia misma de la astronomía: mirar arriba para comprender abajo. Cada fase nos regala un paisaje distinto, una historia distinta, una emoción distinta. La Luna creciente nos muestra la forma; la Luna llena nos revela el brillo. Ambas se complementan, como dos capítulos de un mismo libro arcano.

Por eso seguimos mirando la Luna. Por eso seguimos invitando a la gente a mirarla. Y por eso este artículo se titula: “Por qué Observar la Luna en fase llena - II”: porque siempre hay un nuevo motivo para volver a levantar la vista hacia la luz que desde hace milenios acompaña nuestras noches.  Y lo mejor es que cada mes tenemos la oportunidad de hacerlo.

Bibliografía

1.      Virtual Moon Atlas V8.2.  Freeware

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