(Marcelo Mojica – Club de Astronomía Icarus)
Cuando salimos con nuestros
telescopios a los parques, a las plazas o a los espacios abiertos donde la
gente se reúne, a menudo mostramos con entusiasmo la Luna. Es el astro más
cercano, brillante y fácil de observar incluso con telescopios modestos o binoculares.
Y casi como un ritual compartido entre los astrónomos aficionados, solemos
repetir una frase que ha sido pasada de generación en generación: “Las
mejores fases para observar la Luna son el cuarto creciente y el cuarto
menguante.”
Y no es una mentira. Durante esas
fases, la luz del Sol incide de manera oblicua sobre la superficie lunar,
proyectando sombras largas desde los muros de los cráteres, las cordilleras y
los valles. Estas sombras permiten ver con profundidad los relieves, como si
una escultura fuera iluminada desde el costado. Es un espectáculo fascinante
ver cómo el terminador —la línea entre el día y la noche lunar— se desliza
revelando poco a poco la topografía selenita con dramatismo visual.
En contraste, muchas veces
decimos que la Luna llena es poco interesante para los observadores. La
luz solar cae de frente sobre la cara visible, lo que hace que desaparezcan las
sombras que tanto nos gustan. La superficie parece aplanada, sin relieve, y los
cráteres pierden profundidad ante nuestros ojos. Sin embargo, esta visión es
incompleta. En realidad, la Luna llena guarda secretos únicos que no
pueden verse en ninguna otra fase.
La Luna
llena revela estructuras invisibles en otras fases
Un estudio más detallado y
meticuloso de la Luna en fase llena revela un conjunto distinto de
maravillas: los sistemas de rayos o ramificaciones que emergen desde
algunos cráteres. Estas estructuras —formadas por materiales expulsados
violentamente durante impactos— se extienden por cientos de kilómetros en todas
direcciones, y solo bajo la iluminación directa de la Luna llena brillan
con claridad sobre el fondo grisáceo del regolito lunar.
Uno de los más impresionantes
ejemplos de esto es el cráter Copérnico.
Copérnico:
una estrella geológica en la Luna
El cráter Copernicus,
Fig.1, nombrado así en honor al astrónomo polaco Nicolás Copérnico, se
encuentra entre Mare Insularun y Mare Imbrium, una de las grandes
llanuras de lava que cubren buena parte de la cara visible de la Luna. Su
ubicación exacta es en las coordenadas 9.7°N, 20.1°W, y su diámetro es
de aproximadamente 93 kilómetros, con una altura de más de 4.1kilómetros.
[1]
Lo que lo hace espectacular en
Luna llena no es tanto su relieve, que en esa fase se ve poco, sino el sistema
de rayos brillantes que lo rodea. Desde su centro, miles de líneas delgadas
y pálidas se extienden hacia el exterior en forma radial, alcanzando regiones
distantes de la superficie lunar. Estos rayos están compuestos por material eyectado
durante el impacto que formó Copérnico, hace aproximadamente 800 millones de
años, lo que lo clasifica como un cráter relativamente joven en términos
geológicos.
Fig.1.- Se
observa el cráter Copérnico fotografiado en diferentes edades lunares. A la
derecha en fase casi llena, la Luna nos muestra los rayos emergiendo del cráter
como si fuese una telaraña selenita plateada, casi mágica
Una fase,
distintos datos
Más allá del deleite estético,
esta observación tiene valor científico. El análisis de los rayos permite
estimar la edad relativa de los cráteres, estudiar la composición del
material expulsado, y entender la dinámica de los impactos en
cuerpos sin atmósfera. Estos datos no son accesibles en fases donde la sombra
domina, porque los rayos son invisibles o están desdibujados.
Además, en Luna llena se pueden
hacer estudios fotométricos —medidas de brillo— para analizar variaciones en la
reflectividad de diferentes regiones, e incluso comparar estos datos con
imágenes multiespectrales tomadas por sondas. Aunque los detalles topográficos
son escasos, la cantidad de información radiométrica y composicional que
puede extraerse es sorprendente.
Ciencia en
todas las fases
El mensaje es claro: no existe
una fase inútil de la Luna. Cada etapa de su ciclo ofrece una ventana
distinta para el estudio científico y la contemplación estética. Lo que cambia
es el tipo de fenómeno que se puede observar.
A veces, la comunidad de
aficionados tiende a simplificar la divulgación, y en ese proceso podríamos
estar perdiendo oportunidades valiosas de inspirar y educar. Decir que la Luna
llena "no sirve" para observar es tan injusto como decir que un día
nublado no sirve para estudiar el clima. Todo momento tiene su valor, si
se lo observa con atención, si se toman los datos adecuados y se mantiene vivo
el espíritu científico.
Así que la próxima vez que la
Luna se muestre en su plenitud, en lo alto del cielo nocturno, brillando como
un faro plateado sobre el mundo, no guardes el telescopio. Enfócalo hacia Copérnico
y sus rayos, fotografía, registra, compara y sueña. La ciencia se construye
no solo con los momentos espectaculares, sino también con la constancia de
quien observa incluso donde otros no miran.
Bibliografía
1.
Virtual
Moon Atlas V8.2. Freeware