Traducción
del texto aparecido en la edición de julio 2025 de “The Lunar Observer”
Este
texto es una continuación del texto aparecido el mes pasado, en el que
sugeríamos algunas ideas sobre la topografía de los dorsa, un tema en el que
hemos estado reflexionando bastante en los últimos años. Ahora proponemos una
nomenclatura, una serie de términos que identifiquen las estructuras que se
observan en la topografía de estas formaciones tectónicas presentes en los
maria de la Luna. Lo que sigue es una pequeña introducción argumentando sobre
la necesidad y utilidad de nombrar los detalles que se ven en el interior de
los dorsa, y una propuesta de términos que puedan facilitar la observación y la
comunicabilidad de sus registros.
1.-LA
SELECTIVIDAD
Toda
observación astronómica, la visual principalmente, aunque también la
fotográfica, requiere un grado de selectividad: siempre vamos a ver más de lo
que registraremos, por lo que la tarea de reducir el volumen de información a
un volumen manejable y que sea información significativa es esencial.
Seleccionar qué dibujar, es decir, qué registrar, era un proceso esencial en la
época, no tan lejana, en que la observación lunar era visual. En nuestra época,
en que la observación es esencialmente fotográfica, sigue siendo un proceso
necesario. La imagen fotográfica es objetiva, no hay información que se pierda
por no registrarla, pero suministra tanta información que al analizarla también
hacemos una selección.
Hoy
conocemos la superficie de la Luna con un grado de detalle muy alto. La
tecnología para captar imágenes avanza constantemente y además tenemos imágenes
en órbita la Luna. Pero también conocemos más porque sabemos cómo funcionaron
los procesos geológicos que la formaron. Desde la primera observación
telescópica de la Luna en 1609 por Galileo hasta poco más de medio siglo no
había guía segura para lo que veíamos en la superficie de la Luna. Dice Frances
Manasek (Treatise on Lunar Maps, 2022, page 9): “It is very tempting to suggest
that the absence of geologic theory
inhibited visual observation and in the theoretical vacuum, the hermeneutic
concept of lunar objects speaking for themselves was not particularly useful.
The earth was familiar to cartographers and the lack of substantive geologic theory
did not inhibit cartographic delineation of its features. However, the Moon was
not familiar and the absence of a theoretical basis for its formations may well
have spawned the confusing history of lunar iconography”.
La
labor de los observadores visuales antes de mediados del siglo XX fue titánica
en un doble sentido: porque a la observación debían agregar el registro de lo
observado con un dibujo y porque trataban de descifrar un mundo del que nada
sabían.
Hemos
citado la primera observación lunar que realizó Galileo en 1609, fue hecha con
un telescopio de apenas 8 aumentos y muy poco luminoso. Los dibujos de Galileo
no permiten reconocer fácilmente las formaciones geológicas que debió haber
visto. La observación tuvo el valor de comenzar un nuevo paradigma porque fue
una comprobación experimental de que en la Luna hay elevaciones y depresiones
como en la Tierra. ¿Podría haber seleccionado esa información sin haber
conocido el texto de Plutarco “Sobre la cara visible en la Luna”? En dicho
tratado el filósofo griego expone la tesis de que la Luna es idéntica a la
Tierra y no una esfera lisa y perfecta. Galileo no lo cita, pero pone en boca
de “los pitagóricos” dicha tesis y su descripción de la Luna fue acusada en su
época de ser un plagio de la de Plutarco. Galileo observó telescópicamente la
Luna buscando comprobar la tesis de Plutarco y lo hizo, pero cuando no tenía la
guía del filósofo griego le costó mucho más interpretar lo que estaba viendo.
Las formaciones selenográficas más comunes son lo que hoy conocemos como
cráteres, Galileo se refirió a ellos como “maculae novae” (new spots), para
diferenciarlas de las “maculae antiquae” (old spots), es decir, de las manchas
visibles a simple vista (los maría), la diferencia era que eran oscuras por las
sombras que proyectaban y no por su albedo (como los maría). Los cráteres no
formaban parte del paisaje terrestre y los selenógrafos experimentados con
grandes telescopios los veían como anillos montañosos (Hevelius, por ejemplo),
sin registro de detalles que cualquier telescopio capta, como picos centrales y
detalles de las paredes. Habrá que esperar hasta fines del siglo XVIII para que
Johann Schroeter introdujera el término “cráter”: “A
finales del siglo XVIII, los accidentes lunares aún se describían de forma
imprecisa, sin una taxonomía geológica sistemática y coherente. Existían
«mares», «montañas», «valles», «bahías» y «manchas». (…) Schroeter ha sido
considerado el primero en introducir el término «cráter» en la selenografía, renombrando
aquellas manchas que a veces se denominaban «valles»” (Manasek, página 184).
Y
además fue el primero en registrar más o menos sistemáticamente detalles de las
paredes y de los picos centrales. El primer paso para este enorme progreso
observacional fue la creación del concepto y término relacionado “cráter”. El
concepto era meramente observacional: “El término
singular «cráter» permitió agrupar un gran número de accidentes lunares en una
clase morfológicamente definible y con un nombre claro. Schroeter simplemente pretendía
decir «crátera» (krater) o «depresión» y no implicaba un origen volcánico para
los cráteres” (Manasek, página 186). Es decir, “Durante mucho tiempo, los picos
centrales, obviamente claramente observados, estuvieron ausentes de los mapas
de la Luna, ciertamente vistos, pero no registrados con precisión o
consistencia”, a partir del concepto observacional de “cráter”, que
permitió agrupar formaciones similares y fijar una taxonomía estándar de las
mismas, se empezó a registrar los detalles que antes se veían y no se
registraban. A observar también se aprende: “Quizás
esta evolución sugiere un largo período de aprendizaje para percibir e
interpretar imágenes ópticas, que comenzó con la ambigüedad inicial tras
Galileo y no se materializó hasta el siglo XIX, o que la codificación de tal
detalle requirió las observaciones más intensivas resultantes de la
presentación coreográfica de los detalles de la superficie lunar. Podríamos
argumentar que el pico central alcanzó reconocimiento a medida que se
desarrollaban la selenología y la geología” (Manasek, page 338).
Casos
similares se dieron con las rimas (a partir del catálogo que elaboró Julius
Schmidt en 1886) y de los dorsa mismos a partir de los pioneros registros del
propio Schroeter.
Esto
nos lleva a preguntarnos cómo se construye la percepción sensorial de lo que
observamos a través del telescopio, no como una reflexión ociosa sino con el
propósito de considerar si una nomenclatura puede mejorar la observación.
2.-LA
PERCEPCIÓN Y LA CARGA TEÓRICA DE LA OBSERVACIÓN
Para
el enfoque clásico y positivista la teoría es totalmente independiente de la
observación, que tiene el papel de confirmar o desmentir las hipótesis. La
observación utiliza términos que se refieren a propiedades fenoménicas
perceptibles por los sentidos y por lo tanto es neutral. Es un enfoque que
lleva a la conclusión de que las diferencias en lo que los selenógrafos han
observado desde 1609 a la actualidad solamente podrían deberse a la evolución
de los instrumentos con los que se observa, ya que la Luna es siempre la misma
y nuestros ojos también, siendo la tecnología el único factor variante. Es un
enfoque un poco ingenuo, aunque suele ser el enfoque por default de los
astrónomos, profesionales o amateurs. En el otro extremo tenemos teorías como
la de Thomas Kuhn, para quien el marco conceptual teórico es el requisito
previo de la percepción misma: “cuando el paradigma cambia, el mismo mundo
cambia con él”, no podemos observar nada que no esté determinado por el
paradigma dominante, o como la de Paul Churchland, quien sostiene que la
observación ni siquiera podría suministrar información fáctica autónoma válida
para testear una teoría. En el centro tenemos visiones sobre la percepción y la
observación como la Norwood Russel Hanson, para quien la identificación de los
objetos con sus propiedades y relaciones depende tanto de 1) la estimulación
sensorial, como de 2) un marco previo de referencias conceptuales, por lo que
la observación no solamente está formada por datos sensoriales (imágenes en
nuestro caso), como sostiene el positivismo, sino también por enunciados sobre
esas imágenes. Las consecuencias de la carga teórica de la observación son: la
teoría hace posible la observación, el aprendizaje es fundamental para la
observación, el observador no es neutral, participa de la observación (que es
una relación entre observador y observado). En ese marco conceptual se
encuentran los estudios sobre la visión y la observación de Fred Dretske. Este
autor distingue entre “sensory perception or object perception”, una manera que
no implica necesariamente conocer lo que se ve (Galileo viendo un cráter y
registrándolo) y “cognitive perception”, una manera de ver que implica conocer
lo que se ve (Schroeter o nosotros reconociendo un cráter al verlo). La
pregunta si es posible ver sensorialmente algo sin tener una percepción
cognitiva previa no es tan irracional como parece (si no se sabía lo que eran
los picos centrales de un cráter no se los veía, aunque ahí estuvieran), pero
nos llevaría a caminos filosóficos extraños a nuestra materia. Para Dretske
aprendemos a ver, con el aprendizaje “Ha habido, por lo
tanto, un cambio en mi capacidad para percibir cognitivamente los objetos que
me rodean, un cambio que surgió de mi experiencia, aprendizaje, estudio y
práctica diligentes. Este tipo de aprendizaje es un fenómeno generalizado y
familiar” (Fred Dretske, Seeing, Believing and Knowing, in An invitation to
Cognitive Science, Volume 2, Osherson, D.-Editor, MIT Press, 1990, página 144).
Aprendemos a reconocer cosas y relaciones (percepción cognitiva) que vemos
(percepción sensorial), pero también “Esto no significa
que algunos cambios en nuestra percepción sensorial de los objetos no ocurran
tras una experiencia prolongada. Quizás los objetos empiecen a verse diferentes
después de familiarizarse con ellos o después de saber ciertas cosas sobre ellos”
(página 144).
En
otros términos, la experiencia mejora la percepción sensorial, y también lo
hace el conocimiento. En el caso que nos ocupa,
la observación astronómica, el orden sería: dar un marco conceptual (crear
el término “cráter”) ayuda a agrupar formaciones selenográficas similares y a
registrar su estructura: “La invención de un nuevo
lenguaje visual fue importante para la geología y podemos proponer que dicho
lenguaje contribuyó al desarrollo de la taxonomía de las formaciones de la
superficie lunar y al reconocimiento de sus características definitorias que podrían
convertirse en parte de su representación visual en los mapas de la Luna”
(Manasek, página 9). Luego las observaciones utilizando este marco
conceptual mejoran y eventualmente la repetición de las mismas funda o modifica
este marco conceptual, que evoluciona de “observacional” (determinado por la
forma) a “geológico” (el concepto actual de cráter de impacto, determinado por
origen y proceso de formación).
3.-UNA
TOPOGRAFÍA MÁS DETALLADA DE LOS DORSA.
¿Es
necesaria, si en las imágenes de la Lunar Reconnaissance Orbiter está todo?
Bueno, todo no, por algo la catalogación de domos, por ejemplo, sigue
dependiendo de imágenes con iluminación oblicua tomadas desde Tierra. Pero sí
es verdad es que en un futuro cercano herramientas de Inteligencia Artificial
podrán reconocer, cartografiar y catalogar los más de 3000 dorsa en la
superficie de la Luna. Mientras tanto, nos parece útil proponer una serie de
términos que permita: a) unificar la terminología (si hay consenso) y facilitar
descripciones; b) mejorar las propias observaciones.
Se
trata de una nomenclatura meramente observacional (ya vimos ejemplos), cuando
haya una nomenclatura geológica será mejor, sin dudas, pero mientras tanto esta
es nuestra propuesta, que no contradice el estado del arte de la geología lunar
y conserva la terminología corriente (aunque no usada unánimemente). Es
importante destacar que no todos los dorsa tienen todas estas características,
muchos tienen un relieve mucho más simple, compuesto de arco y cresta, y a
veces pareciera estar ausente la cresta.
Para
hacer comprensibles gráficamente los términos utilizados en el glosario IMAGE 1
es un gráfico de un dorsa irreal en el que incluimos todos los accidentes
mencionados, las IMAGE 2 a 4 son ejemplos en dorsa reales, para lo que
recurrimos (una vez más) al Photographic Lunar Atlas for Moon Observers de Kwok
Pau: IMAGE 2: Volume 2, page 248; IMAGE 3: Volume 1, page 462; IMAGE 4: Volume
1, page 267.
ARCO:
Componente inferior, ancho (hasta 7 kilómetros) y poco elevado (hasta 200
metros) (Aubele, J. C., Morphologic Components and Patterns in Wrinkle Ridges:
Kinematic Implications, MEVTV
Workshop on Tectonic Features on Mars, p. 13 – 15).
El arco tiene sus pendientes diferenciadas: una PENDIENTE
SUAVE, de laderas levemente inclinadas, y una PENDIENTE ESCARPADA, que cae a
pique.
Dentro
del arco puede haber elevaciones alargadas muy poco pronunciadas que corren
paralelas al eje mayor del arco (GRADIENTES); las elevaciones pueden aparecer
también aisladas en el arco o como parte de un gradiente (ELEVACIONES AISLADAS).
Las elevaciones dentro del arco (gradientes o aisladas) son muy suaves y poco
escarpadas, a diferencia de las CRESTAS.
HONDANADA
CENTRAL: depresión del terreno interior de un arco con forma cóncava.
BIFURCACIÓN:
es el segmento secundario del arco cuando se separa en dos segmentos
(usualmente el segmento principal es el más prolongado y por el que corre la
cresta en su parte superior)
CRESTA:
Es el componente superior, escarpado, estrecho (hasta 1.5 kilómetro de ancho) y
de hasta 100 metros de alto (Aubele, page 13). Se dividen, según Aubele, de
acuerdo con su ancho, en CRESTAS MAYORES (más de 200 metros de ancho) y CRESTAS
MENORES (menos de 200 metros de ancho). En la bibliografía se utilizan otros
términos como “crenulated ridge” o “ridge”, nosotros siempre hemos usado el
término “cresta” por cuanto nos parece más distintivo, ya que no parece muy
sistemático utilizar un término para designar una parte que sea muy similar al
que se utiliza para designar al todo.
La
CRESTA PRINCIPAL puede situarse de distintas formas en el arco: EN EL MARGEN
(“generally parallel to the arch in a sinous map pattern, first along one
margin and then along the other margin of the arch” (Aubele); EN ECHELON (“at
some angle to the main trend of the arch in an echelon pattern” (Aubele); o
bien en el centro del arco (CENTRALES). La cresta principal es la que aparece
formando “a distinct and regular pattern” (Aubele) sobre el arco, pero las
crestas también pueden aparecer paralelas a la cresta PRINCIPAL, y en ese caso
son SECUNDARIAS. Cuando la cresta aparece fuera del arco se llamaría CRESTA
AISLADA, que según Aubele cuando son crestas menores “sometimes occur off the
arch, either parallel or at some angle to the main trend of the wrinkle ridge”
Esperemos
que este pequeño glosario de términos referidos a la topografía de los dorsa,
en especial los que tiene un relieve más complejo, sea útil al menos para
generar un debate relativo a estos detalles internos de los dorsa, que serán
cada vez más evidentes para los observadores futuros.
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