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sábado, 26 de julio de 2025

UNA PROPUESTA DE NOMENCLATURA PARA LOS DORSA (Y UN POCO DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA)

 

Traducción del texto aparecido en la edición de julio 2025 de “The Lunar Observer”

Este texto es una continuación del texto aparecido el mes pasado, en el que sugeríamos algunas ideas sobre la topografía de los dorsa, un tema en el que hemos estado reflexionando bastante en los últimos años. Ahora proponemos una nomenclatura, una serie de términos que identifiquen las estructuras que se observan en la topografía de estas formaciones tectónicas presentes en los maria de la Luna. Lo que sigue es una pequeña introducción argumentando sobre la necesidad y utilidad de nombrar los detalles que se ven en el interior de los dorsa, y una propuesta de términos que puedan facilitar la observación y la comunicabilidad de sus registros.

1.-LA SELECTIVIDAD

Toda observación astronómica, la visual principalmente, aunque también la fotográfica, requiere un grado de selectividad: siempre vamos a ver más de lo que registraremos, por lo que la tarea de reducir el volumen de información a un volumen manejable y que sea información significativa es esencial. Seleccionar qué dibujar, es decir, qué registrar, era un proceso esencial en la época, no tan lejana, en que la observación lunar era visual. En nuestra época, en que la observación es esencialmente fotográfica, sigue siendo un proceso necesario. La imagen fotográfica es objetiva, no hay información que se pierda por no registrarla, pero suministra tanta información que al analizarla también hacemos una selección.

Hoy conocemos la superficie de la Luna con un grado de detalle muy alto. La tecnología para captar imágenes avanza constantemente y además tenemos imágenes en órbita la Luna. Pero también conocemos más porque sabemos cómo funcionaron los procesos geológicos que la formaron. Desde la primera observación telescópica de la Luna en 1609 por Galileo hasta poco más de medio siglo no había guía segura para lo que veíamos en la superficie de la Luna. Dice Frances Manasek (Treatise on Lunar Maps, 2022, page 9): “It is very tempting to suggest that the  absence of geologic theory inhibited visual observation and in the theoretical vacuum, the hermeneutic concept of lunar objects speaking for themselves was not particularly useful. The earth was familiar to cartographers and the lack of substantive geologic theory did not inhibit cartographic delineation of its features. However, the Moon was not familiar and the absence of a theoretical basis for its formations may well have spawned the confusing history of lunar iconography”.

La labor de los observadores visuales antes de mediados del siglo XX fue titánica en un doble sentido: porque a la observación debían agregar el registro de lo observado con un dibujo y porque trataban de descifrar un mundo del que nada sabían.

Hemos citado la primera observación lunar que realizó Galileo en 1609, fue hecha con un telescopio de apenas 8 aumentos y muy poco luminoso. Los dibujos de Galileo no permiten reconocer fácilmente las formaciones geológicas que debió haber visto. La observación tuvo el valor de comenzar un nuevo paradigma porque fue una comprobación experimental de que en la Luna hay elevaciones y depresiones como en la Tierra. ¿Podría haber seleccionado esa información sin haber conocido el texto de Plutarco “Sobre la cara visible en la Luna”? En dicho tratado el filósofo griego expone la tesis de que la Luna es idéntica a la Tierra y no una esfera lisa y perfecta. Galileo no lo cita, pero pone en boca de “los pitagóricos” dicha tesis y su descripción de la Luna fue acusada en su época de ser un plagio de la de Plutarco. Galileo observó telescópicamente la Luna buscando comprobar la tesis de Plutarco y lo hizo, pero cuando no tenía la guía del filósofo griego le costó mucho más interpretar lo que estaba viendo. Las formaciones selenográficas más comunes son lo que hoy conocemos como cráteres, Galileo se refirió a ellos como “maculae novae” (new spots), para diferenciarlas de las “maculae antiquae” (old spots), es decir, de las manchas visibles a simple vista (los maría), la diferencia era que eran oscuras por las sombras que proyectaban y no por su albedo (como los maría). Los cráteres no formaban parte del paisaje terrestre y los selenógrafos experimentados con grandes telescopios los veían como anillos montañosos (Hevelius, por ejemplo), sin registro de detalles que cualquier telescopio capta, como picos centrales y detalles de las paredes. Habrá que esperar hasta fines del siglo XVIII para que Johann Schroeter introdujera el término “cráter”: “A finales del siglo XVIII, los accidentes lunares aún se describían de forma imprecisa, sin una taxonomía geológica sistemática y coherente. Existían «mares», «montañas», «valles», «bahías» y «manchas». (…) Schroeter ha sido considerado el primero en introducir el término «cráter» en la selenografía, renombrando aquellas manchas que a veces se denominaban «valles»” (Manasek, página 184).

Y además fue el primero en registrar más o menos sistemáticamente detalles de las paredes y de los picos centrales. El primer paso para este enorme progreso observacional fue la creación del concepto y término relacionado “cráter”. El concepto era meramente observacional: “El término singular «cráter» permitió agrupar un gran número de accidentes lunares en una clase morfológicamente definible y con un nombre claro. Schroeter simplemente pretendía decir «crátera» (krater) o «depresión» y no implicaba un origen volcánico para los cráteres” (Manasek, página 186). Es decir, “Durante mucho tiempo, los picos centrales, obviamente claramente observados, estuvieron ausentes de los mapas de la Luna, ciertamente vistos, pero no registrados con precisión o consistencia”, a partir del concepto observacional de “cráter”, que permitió agrupar formaciones similares y fijar una taxonomía estándar de las mismas, se empezó a registrar los detalles que antes se veían y no se registraban. A observar también se aprende: “Quizás esta evolución sugiere un largo período de aprendizaje para percibir e interpretar imágenes ópticas, que comenzó con la ambigüedad inicial tras Galileo y no se materializó hasta el siglo XIX, o que la codificación de tal detalle requirió las observaciones más intensivas resultantes de la presentación coreográfica de los detalles de la superficie lunar. Podríamos argumentar que el pico central alcanzó reconocimiento a medida que se desarrollaban la selenología y la geología” (Manasek, page 338).

Casos similares se dieron con las rimas (a partir del catálogo que elaboró Julius Schmidt en 1886) y de los dorsa mismos a partir de los pioneros registros del propio Schroeter.

Esto nos lleva a preguntarnos cómo se construye la percepción sensorial de lo que observamos a través del telescopio, no como una reflexión ociosa sino con el propósito de considerar si una nomenclatura puede mejorar la observación.

2.-LA PERCEPCIÓN Y LA CARGA TEÓRICA DE LA OBSERVACIÓN

Para el enfoque clásico y positivista la teoría es totalmente independiente de la observación, que tiene el papel de confirmar o desmentir las hipótesis. La observación utiliza términos que se refieren a propiedades fenoménicas perceptibles por los sentidos y por lo tanto es neutral. Es un enfoque que lleva a la conclusión de que las diferencias en lo que los selenógrafos han observado desde 1609 a la actualidad solamente podrían deberse a la evolución de los instrumentos con los que se observa, ya que la Luna es siempre la misma y nuestros ojos también, siendo la tecnología el único factor variante. Es un enfoque un poco ingenuo, aunque suele ser el enfoque por default de los astrónomos, profesionales o amateurs. En el otro extremo tenemos teorías como la de Thomas Kuhn, para quien el marco conceptual teórico es el requisito previo de la percepción misma: “cuando el paradigma cambia, el mismo mundo cambia con él”, no podemos observar nada que no esté determinado por el paradigma dominante, o como la de Paul Churchland, quien sostiene que la observación ni siquiera podría suministrar información fáctica autónoma válida para testear una teoría. En el centro tenemos visiones sobre la percepción y la observación como la Norwood Russel Hanson, para quien la identificación de los objetos con sus propiedades y relaciones depende tanto de 1) la estimulación sensorial, como de 2) un marco previo de referencias conceptuales, por lo que la observación no solamente está formada por datos sensoriales (imágenes en nuestro caso), como sostiene el positivismo, sino también por enunciados sobre esas imágenes. Las consecuencias de la carga teórica de la observación son: la teoría hace posible la observación, el aprendizaje es fundamental para la observación, el observador no es neutral, participa de la observación (que es una relación entre observador y observado). En ese marco conceptual se encuentran los estudios sobre la visión y la observación de Fred Dretske. Este autor distingue entre “sensory perception or object perception”, una manera que no implica necesariamente conocer lo que se ve (Galileo viendo un cráter y registrándolo) y “cognitive perception”, una manera de ver que implica conocer lo que se ve (Schroeter o nosotros reconociendo un cráter al verlo). La pregunta si es posible ver sensorialmente algo sin tener una percepción cognitiva previa no es tan irracional como parece (si no se sabía lo que eran los picos centrales de un cráter no se los veía, aunque ahí estuvieran), pero nos llevaría a caminos filosóficos extraños a nuestra materia. Para Dretske aprendemos a ver, con el aprendizaje “Ha habido, por lo tanto, un cambio en mi capacidad para percibir cognitivamente los objetos que me rodean, un cambio que surgió de mi experiencia, aprendizaje, estudio y práctica diligentes. Este tipo de aprendizaje es un fenómeno generalizado y familiar” (Fred Dretske, Seeing, Believing and Knowing, in An invitation to Cognitive Science, Volume 2, Osherson, D.-Editor, MIT Press, 1990, página 144). Aprendemos a reconocer cosas y relaciones (percepción cognitiva) que vemos (percepción sensorial), pero también “Esto no significa que algunos cambios en nuestra percepción sensorial de los objetos no ocurran tras una experiencia prolongada. Quizás los objetos empiecen a verse diferentes después de familiarizarse con ellos o después de saber ciertas cosas sobre ellos” (página 144).

En otros términos, la experiencia mejora la percepción sensorial, y también lo hace el conocimiento. En el caso que nos ocupa,  la observación astronómica, el orden sería: dar un marco conceptual (crear el término “cráter”) ayuda a agrupar formaciones selenográficas similares y a registrar su estructura: “La invención de un nuevo lenguaje visual fue importante para la geología y podemos proponer que dicho lenguaje contribuyó al desarrollo de la taxonomía de las formaciones de la superficie lunar y al reconocimiento de sus características definitorias que podrían convertirse en parte de su representación visual en los mapas de la Luna” (Manasek, página 9). Luego las observaciones utilizando este marco conceptual mejoran y eventualmente la repetición de las mismas funda o modifica este marco conceptual, que evoluciona de “observacional” (determinado por la forma) a “geológico” (el concepto actual de cráter de impacto, determinado por origen y proceso de formación).

3.-UNA TOPOGRAFÍA MÁS DETALLADA DE LOS DORSA.

¿Es necesaria, si en las imágenes de la Lunar Reconnaissance Orbiter está todo? Bueno, todo no, por algo la catalogación de domos, por ejemplo, sigue dependiendo de imágenes con iluminación oblicua tomadas desde Tierra. Pero sí es verdad es que en un futuro cercano herramientas de Inteligencia Artificial podrán reconocer, cartografiar y catalogar los más de 3000 dorsa en la superficie de la Luna. Mientras tanto, nos parece útil proponer una serie de términos que permita: a) unificar la terminología (si hay consenso) y facilitar descripciones; b) mejorar las propias observaciones.

Se trata de una nomenclatura meramente observacional (ya vimos ejemplos), cuando haya una nomenclatura geológica será mejor, sin dudas, pero mientras tanto esta es nuestra propuesta, que no contradice el estado del arte de la geología lunar y conserva la terminología corriente (aunque no usada unánimemente). Es importante destacar que no todos los dorsa tienen todas estas características, muchos tienen un relieve mucho más simple, compuesto de arco y cresta, y a veces pareciera estar ausente la cresta.

Para hacer comprensibles gráficamente los términos utilizados en el glosario IMAGE 1 es un gráfico de un dorsa irreal en el que incluimos todos los accidentes mencionados, las IMAGE 2 a 4 son ejemplos en dorsa reales, para lo que recurrimos (una vez más) al Photographic Lunar Atlas for Moon Observers de Kwok Pau: IMAGE 2: Volume 2, page 248; IMAGE 3: Volume 1, page 462; IMAGE 4: Volume 1, page 267.






ARCO: Componente inferior, ancho (hasta 7 kilómetros) y poco elevado (hasta 200 metros) (Aubele, J. C., Morphologic Components and Patterns in Wrinkle Ridges: Kinematic Implications, MEVTV Workshop on Tectonic Features on Mars, p. 13 – 15).

El arco tiene sus pendientes diferenciadas: una PENDIENTE SUAVE, de laderas levemente inclinadas, y una PENDIENTE ESCARPADA, que cae a pique.

Dentro del arco puede haber elevaciones alargadas muy poco pronunciadas que corren paralelas al eje mayor del arco (GRADIENTES); las elevaciones pueden aparecer también aisladas en el arco o como parte de un gradiente (ELEVACIONES AISLADAS). Las elevaciones dentro del arco (gradientes o aisladas) son muy suaves y poco escarpadas, a diferencia de las CRESTAS.

HONDANADA CENTRAL: depresión del terreno interior de un arco con forma cóncava.

BIFURCACIÓN: es el segmento secundario del arco cuando se separa en dos segmentos (usualmente el segmento principal es el más prolongado y por el que corre la cresta en su parte superior)

CRESTA: Es el componente superior, escarpado, estrecho (hasta 1.5 kilómetro de ancho) y de hasta 100 metros de alto (Aubele, page 13). Se dividen, según Aubele, de acuerdo con su ancho, en CRESTAS MAYORES (más de 200 metros de ancho) y CRESTAS MENORES (menos de 200 metros de ancho). En la bibliografía se utilizan otros términos como “crenulated ridge” o “ridge”, nosotros siempre hemos usado el término “cresta” por cuanto nos parece más distintivo, ya que no parece muy sistemático utilizar un término para designar una parte que sea muy similar al que se utiliza para designar al todo.

La CRESTA PRINCIPAL puede situarse de distintas formas en el arco: EN EL MARGEN (“generally parallel to the arch in a sinous map pattern, first along one margin and then along the other margin of the arch” (Aubele); EN ECHELON (“at some angle to the main trend of the arch in an echelon pattern” (Aubele); o bien en el centro del arco (CENTRALES). La cresta principal es la que aparece formando “a distinct and regular pattern” (Aubele) sobre el arco, pero las crestas también pueden aparecer paralelas a la cresta PRINCIPAL, y en ese caso son SECUNDARIAS. Cuando la cresta aparece fuera del arco se llamaría CRESTA AISLADA, que según Aubele cuando son crestas menores “sometimes occur off the arch, either parallel or at some angle to the main trend of the wrinkle ridge”

Esperemos que este pequeño glosario de términos referidos a la topografía de los dorsa, en especial los que tiene un relieve más complejo, sea útil al menos para generar un debate relativo a estos detalles internos de los dorsa, que serán cada vez más evidentes para los observadores futuros.

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