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miércoles, 16 de julio de 2025

Por qué observar la Luna en fase llena

 

(Marcelo Mojica – Club de Astronomía Icarus)

 Una nueva mirada al astro más cercano

Cuando salimos con nuestros telescopios a los parques, a las plazas o a los espacios abiertos donde la gente se reúne, a menudo mostramos con entusiasmo la Luna. Es el astro más cercano, brillante y fácil de observar incluso con telescopios modestos o binoculares. Y casi como un ritual compartido entre los astrónomos aficionados, solemos repetir una frase que ha sido pasada de generación en generación: “Las mejores fases para observar la Luna son el cuarto creciente y el cuarto menguante.”

Y no es una mentira. Durante esas fases, la luz del Sol incide de manera oblicua sobre la superficie lunar, proyectando sombras largas desde los muros de los cráteres, las cordilleras y los valles. Estas sombras permiten ver con profundidad los relieves, como si una escultura fuera iluminada desde el costado. Es un espectáculo fascinante ver cómo el terminador —la línea entre el día y la noche lunar— se desliza revelando poco a poco la topografía selenita con dramatismo visual.

En contraste, muchas veces decimos que la Luna llena es poco interesante para los observadores. La luz solar cae de frente sobre la cara visible, lo que hace que desaparezcan las sombras que tanto nos gustan. La superficie parece aplanada, sin relieve, y los cráteres pierden profundidad ante nuestros ojos. Sin embargo, esta visión es incompleta. En realidad, la Luna llena guarda secretos únicos que no pueden verse en ninguna otra fase.

La Luna llena revela estructuras invisibles en otras fases

Un estudio más detallado y meticuloso de la Luna en fase llena revela un conjunto distinto de maravillas: los sistemas de rayos o ramificaciones que emergen desde algunos cráteres. Estas estructuras —formadas por materiales expulsados violentamente durante impactos— se extienden por cientos de kilómetros en todas direcciones, y solo bajo la iluminación directa de la Luna llena brillan con claridad sobre el fondo grisáceo del regolito lunar.

Uno de los más impresionantes ejemplos de esto es el cráter Copérnico.

Copérnico: una estrella geológica en la Luna

El cráter Copernicus, Fig.1, nombrado así en honor al astrónomo polaco Nicolás Copérnico, se encuentra entre Mare Insularun y Mare Imbrium, una de las grandes llanuras de lava que cubren buena parte de la cara visible de la Luna. Su ubicación exacta es en las coordenadas 9.7°N, 20.1°W, y su diámetro es de aproximadamente 93 kilómetros, con una altura de más de 4.1kilómetros. [1]

Lo que lo hace espectacular en Luna llena no es tanto su relieve, que en esa fase se ve poco, sino el sistema de rayos brillantes que lo rodea. Desde su centro, miles de líneas delgadas y pálidas se extienden hacia el exterior en forma radial, alcanzando regiones distantes de la superficie lunar. Estos rayos están compuestos por material eyectado durante el impacto que formó Copérnico, hace aproximadamente 800 millones de años, lo que lo clasifica como un cráter relativamente joven en términos geológicos.

Fig.1.- Se observa el cráter Copérnico fotografiado en diferentes edades lunares. A la derecha en fase casi llena, la Luna nos muestra los rayos emergiendo del cráter como si fuese una telaraña selenita plateada, casi mágica

 Durante la Luna llena, estos rayos reflejan la luz solar de manera más intensa que las zonas más antiguas y erosionadas del regolito. Así, forman un verdadero “sol congelado” en la superficie lunar. Es en esta fase que la belleza del impacto se revela en todo su esplendor.

Una fase, distintos datos

Más allá del deleite estético, esta observación tiene valor científico. El análisis de los rayos permite estimar la edad relativa de los cráteres, estudiar la composición del material expulsado, y entender la dinámica de los impactos en cuerpos sin atmósfera. Estos datos no son accesibles en fases donde la sombra domina, porque los rayos son invisibles o están desdibujados.

Además, en Luna llena se pueden hacer estudios fotométricos —medidas de brillo— para analizar variaciones en la reflectividad de diferentes regiones, e incluso comparar estos datos con imágenes multiespectrales tomadas por sondas. Aunque los detalles topográficos son escasos, la cantidad de información radiométrica y composicional que puede extraerse es sorprendente.

Ciencia en todas las fases

El mensaje es claro: no existe una fase inútil de la Luna. Cada etapa de su ciclo ofrece una ventana distinta para el estudio científico y la contemplación estética. Lo que cambia es el tipo de fenómeno que se puede observar.

A veces, la comunidad de aficionados tiende a simplificar la divulgación, y en ese proceso podríamos estar perdiendo oportunidades valiosas de inspirar y educar. Decir que la Luna llena "no sirve" para observar es tan injusto como decir que un día nublado no sirve para estudiar el clima. Todo momento tiene su valor, si se lo observa con atención, si se toman los datos adecuados y se mantiene vivo el espíritu científico.

Así que la próxima vez que la Luna se muestre en su plenitud, en lo alto del cielo nocturno, brillando como un faro plateado sobre el mundo, no guardes el telescopio. Enfócalo hacia Copérnico y sus rayos, fotografía, registra, compara y sueña. La ciencia se construye no solo con los momentos espectaculares, sino también con la constancia de quien observa incluso donde otros no miran.

Bibliografía

1.      Virtual Moon Atlas V8.2.  Freeware

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