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lunes, 8 de diciembre de 2025

EL NACIMIENTO DEL MITO DEL VOLCÁN ARISTARCHUS. TRADUCCIÓN DEL CAPÍTULO 23 DE “SELENOGRAPHIA” DE JOHANNES HEVELIUS

 

Por Alberto Anunziato

Traducción del texto aparecido en la edición de diciembre 2025 de “The Lunar Observer”

En el número anterior de The Lunar Observer publicamos un dossier sobre la meseta de Aristarchus en la sección Focus On, y nos referíamos a la larga tradición que consideró por mucho tiempo que Aristarchus era un volcán activo (con varias erupciones reportadas, la más conocida es la de Herschel). Me pareció interesante rastrear el origen de esta concepción volcánica de un lugar de la Luna que (al fin de cuentas) es la región volcánica por excelencia. El origen está en el primer autor que escribió sobre Aristarchus en el primer texto astronómico con una descripción sistemática de la Luna: “Selenographia” del polaco Johannes Hevelius, publicado en 1647. Para ello intentamos una traducción del capítulo 23, en el que se discurre sobre Aristarchus, al que Hevelius consideró una montaña y la llamó Mons Porphyrites.

La descripción de Aristarchus es funcional en Hevelius para demostrar su tesis de que las montañas lunares varían en su composición (habían pasado pocos años y observaciones desde la primera observación galileana). Partiendo de que la Luna era similar a la Tierra, trató de suplir con inferencias derivadas de ese paralelismo los datos que le faltaban. Las similitudes con la Tierra explican la tesis central del capítulo 23 (que es el que intentamos traducir): las peculiaridades de Aristarchus (o Mons Porphyrites) la hacen distinta como montaña de las demás montañas lunares. Si vemos la nomenclatura de Hevelius en su mapa de la cara visible (IMAGE 1), en realidad Hevelius se refiere la meseta de Aristarchus con el nombre de Mons Porphyrites (nosotros usamos la nomenclatura de Ewn Whitaker, y por eso nos referimos a Aristarchus y no Aristarchus Plateau, como quizás sería mejor). El rasgo que más impresiona a Hevelius como diferente de Aristarchus Plateau respecto a otras montañas lunares es su color entre dorado y rojo intenso, que otros observadores han confirmado posteriormente (en las imágenes fotográficas como IMAGE 2 aparece más oscuro que el resto, como siempre lo he visto yo). No sabemos si fue el color “igneum” de la meseta de Aristarchus, o la similitud visual que tiene el cráter Aristarchus, con sus bandas oscuras y luminosas, con el interior de un volcán, lo que llevó a postular a Hevelius que se trataba de un “mons quod ignem alat perpetuum”. Después de todo, ¿un volcán no se vería así en la superficie de la Luna, con Aristarchus como su cráter perpetuamente ardiendo?

 

Compartimos la traducción, que nos pertenece y, obviamente, es provisoria, hasta que haya una de mejor calidad. El texto de “Selenographia” que utilizamos es que puede consultarse aquí: https://www.e-rara.ch/zut/content/titleinfo/160230

Capítulo XXIII

De la Luna Gibosa creciente.

De la misma manera que la materia del globo terrestre, que está compuesto en parte por montes y valles y en parte por llanuras, en absoluto se pueda considerar que es homogéneo por naturaleza y calidad en todas sus partes, tampoco lo debería ser la materia opaca de la Luna o Antichtona (1) (pues la comparación es perfectamente razonable). Verdaderamente, los montes, valles (2) y llanuras lunares son muy diferentes de acuerdo a su materia, algunos parecen ser pétreos, otros arenosos; los cuales, a su vez, difieren entre sí, perteneciendo a diversas especies, por ejemplo, algunos están formados de arenas pálidas, otros de arenas rojizas, etc. Para que no parezcan sueños de quien duerme o alucinaciones de quién vela, mostraremos que esto se debe ciertamente a una causa racional, en este y otros capítulos demostraremos este punto con razones precisas y fáciles de seguir. Aunque confieso que yo mismo me siento bastante audaz, pues emprendo una obra de tan grandes proporciones, al intentar discurrir de cosas lejanas, y en tiempos pasados inauditas, a veces me parece que fuera a discurrir sobre la quintaesencia de los peripatéticos. Sé que me adentro en una cuestión ardua, pero, con observaciones certeras y experiencia ocular, no tengo dudas de que saldré airoso.

(1) “Antichtona” o “Antitierra” es el nombre que usa Hevelius para resaltar la similitud entre ambos mundos, que es la tesis central de “Selenographia”: “Sin dudas, es lícito llamar “Antichtona” a la Luna cuando es tan similar en muchas partes a nuestra Tierra” (página 225 de “Selenographia”.

(2) Cuando en Hevelius leemos “valles” debemos entender “cráteres” (la palabra “cráter” es posterior, fue acuñada por Von Schröter).

En primer lugar, ya me referí en parte del capítulo 8 a que hay diversos tipos de zonas pétreas y rocosas entre los montes lunares: en ese lugar decía que no es contrario a la razón que todos los valles, que hasta cierto momento no difieren en forma y figura entre sí, con la primera luz del día, es decir, con Luna creciente, parecen estrecharse visualmente. Los montes y zonas escarpadas son pétreos, ciertamente hay montes arenosos, no se alzan igualmente escarpados hacia lo alto, más bien son quebrados y su cima tiene forma de punta. Por esta razón, los valles cerca y al pie de las montañas son más estrechos que cerca de su cima, de manera que necesariamente en las fases de luna creciente decrecen, mientras que en las fases menguantes crecen.

Luego, existe otra razón, que me parece igualmente creíble y convincente, para justificar que existen zonas rocosas y zonas arenosas en la Luna. Hay valles y montes, que seguramente no son más altos que los demás y que, sin embargo, exceden a todos los demás en claridad y esplendor durante el plenilunio, como entre otros (3) Mons Aetna (Copernicus), Mons Insula Cretae (Bullialdus), Mons Sinai (Tycho), Montes Insula Besbice (Manilius) y otros. Sostengo que son de naturaleza luminosa, más aptos, a causa de su mayor solidez, para reflejar los rayos solares y generar luz más potente. Sostengo además que los montes lunares formados por arena o barro no podrían reflejar tan eficazmente los rayos solares, mientras que estos valles y montes lunares se ven siempre luminosos y más brillantes que los demás. Por ello, los valles y montes lunares, como los de nuestro globo terrestre, están compuestos de diferentes materias. Digo, una vez más, que los que son más brillantes que los demás son de naturaleza pétrea, pues su masa más sólida refleja más fuertemente la luz y los rayos solares, mientras que los de materia menos dura se verían menos luminosos, como en la parte relativa a la óptica se demostró abundantemente.

(3) Para los nombres modernos de los nombres utilizados por Hevelius en “Selenographia” usamos el “Appendix E. Hevelius’s Nomenclature” (Ewen A. Whitaker's Mapping and Naming the Moon: a History of Lunar Cartography and Nomenclature, APPENDIX E, pages 201-208).

Si se piden otras razones por las que algunos valles son más brillantes que otros, una seguramente es que hay valles más profundos y valles más elevados, y entre los que son más elevados hay variedad de brillo por los montes que circundan (de diferentes inclinaciones), por ello es que los valles más claros son los cercanos a Aetna, Creta, Sinai, etc. Para entender mejor, pido se considere esto: no todos los valles con profundidades similares tienen el mismo brillo en plenilunio, como la Insula Major Caspii (Langrenus), Mons Serrorum (Aristoteles), Mons Carpates (Eudoxus), etc. Estos montes están entre los más altos, lo que se comprueba en la primera y última aparición, cuando el límite entre luz y sombra está en su máxima cercanía con ellos. Sin embargo, las zonas oscuras que en ellos se ven bien pueden ser pantanosas, boscosas o de vegetación de baja altura (y por ende aparecerán más oscuras que las circundantes). Y las zonas más luminosas bien pueden tener predominio de yeso, que reflejaría más brillo que las zonas oscuras cercanas. Si así fuera, sería evidente lo que afirmo: las zonas montañosas de la Luna son diversas entre sí.

El primer monte en surgir en esta fase en la superficie de la Luna es sin dudas Mons Porphyrites (Aristarchus) en el Mar Eoo (parte occidental de Procellarum), sobre la isla Cercinnam (el limbo de Kepler), que confirma claramente que las montañas difieren muchísimo entre sí de acuerdo a su materia. Y este Monte Porphyrites no dudo que se compone o bien de tierra rojiza (similar al Porphyrites que se encuentra en Egipto, cuyo nombre usamos para el que se encuentra en la Luna) o bien, lo que parece más adecuado, de una materia pétrea o sulfúrea. Por cierto, estoy seguro que sustenta en su interior un fuego perpetuo y por ello pertenece a la especie de los montes ígneos como entre nosotros son el Etna, Hecla, Vesuvio y otros. Sostengo esto, ciertamente, no por una razón intrascendente sino porque en cualquier fase de la Luna, siempre observé que Mons Porphyrites es muy claramente luminoso, siempre con el mismo color y brillo no comparable a los demás montes existentes en el hemisferio lunar, menos brillantes. Su color es azafranado, levemente amarillo, o dorado, o rojo intenso (4); este color es natural y permanente (pues permanece desde el primer al último día sin variaciones, lo que puede comprobar cualquier observador dotado con un buen telescopio). Por esta causa, no queda otra alternativa que afirmar que Mons Porphyrites está formado por rocas o arenas rojas o que en él arde o se derrama un fuego perpetuo; y si debemos asimilar las cosas terrestres (porque otros datos no tenemos para comparar), la analogía es muy pertinente.

(4) Siempre es difícil traducir los nombres de los colores del latín, ya que no hay coincidencia total entre la paleta de tonalidad de nuestros colores con las tonalidades de los colores romanos. Por ello, explicito mi traducción: “su color es azafranado (“croceum”), levemente amarillo (“subflavum”), o dorado (“aureum”), o rojo intenso (“igneum”).

Por todo esto, como esta apariencia no puede de ninguna manera atribuirse a una alucinación o a una distorsión del telescopio, ya que claramente aparecía mi vista y la vista de los demás que hicieron el experimento, la gran diferencia entre Mons Porphyrites y las otras montañas lunares, con cualquier telescopio que se utilice. Por ello, se deduce que ciertas montañas lunares, están compuestas de diversas piedras, arenas o barros, e incluso algunas ser ígneas, como Mons Porphyrites, y lógico es deducir que haya muchas otras similares (entre las que están las que mencionamos en la parte final del capítulo 13), de la misma forma y naturaleza, aunque por ser de menor altura o menos inclinadas no son tan conspicuas. Además, lo que es más notable es que este Mons Porphyrites es evidentemente distinto a los otros montes lunares por su forma. En su centro aproximado parece tener un cuerpo redondo, del que hacia el sur surge un cuerno ligeramente curvado. Hacia arriba (al norte) se ve un cuerno similar al primero, pero separado completamente del cuerpo medio, de manera que, por ese intersticio, como si fuera parte del mar, se puede ver claramente (5). Además, hay otro monte, llamado Pyramis (Montes Spitzbegen), cerca de Monte Argentarium (Archimedes), al lado de un promontorio del Mar Mediterráneo lunar (Mare imbrium, Nubium y parte oriental de Oceanus Procellarum), que tiene una forma similar a una pirámide (de ahí su nombre). Nada similar a estas tres montañas encontrarás buscando diligentemente en cada fase en la cara visible de la Luna.

(5) En IMAGE 2 marcamos los “cuernos” a los que se refiere Hevelius, el primero es parte de las eyecciones brillantes de Aristarchus, el segundo es Vallis Schröteri.



IMAGE 1: SELENOGRAPHIA

IMAGE 2:

Name and location of observer: Sergio Babino (Montevideo, Uruguay).

Name of feature: Kepler.

Date and time (UT) of observation: 03-08-2020 01:29

Size and type of telescope used: 203 mm. catadrioptic.

Filter (if used): None.

Medium employed (for photos and electronic images): ZWO 174 mm.


martes, 25 de noviembre de 2025

Por qué Observar la Luna en fase llena - II

 

(Marcelo Mojica - Club de Astronomía Icarus)

 

Un viaje entre luces, sombras y misterio

Observar la Luna es, desde tiempos antiguos, un acto profundamente humano. No importa cuántos telescopios modernos fabriquemos ni cuánta ciencia sepamos: cuando la luz plateada del satélite se derrama sobre nosotros, sentimos una mezcla de asombro, quietud y una especie de llamado interior difícil de explicar. En las fiestas de las estrellas, donde compartimos telescopios con el público, esa emoción se hace evidente. Siempre, sin excepción, alguien pregunta: “¿Y cómo se ve la Luna llena?” Y entonces explicamos que, la fase creciente es la mejor para apreciar los relieves lunares, pero la Luna llena también tiene secretos que solo ella puede revelar.

En fase creciente —especialmente entre el cuarto creciente y la gibosa creciente— el famoso “terminador”, esa línea que separa noche y día en la superficie lunar, proyecta sombras largas sobre cráteres y montañas. Esas sombras actúan como pinceles que delinean cada relieve, permitiéndonos ver profundidad, altura y textura. Es por esto que los aficionados solemos recomendar verla en estas fases: el paisaje lunar cobra vida tridimensional. Sin embargo, la historia no termina ahí. La Luna llena, tan criticada por los astrónomos aficionados por “aplanar” la superficie con su iluminación frontal, esconde detalles que ninguna otra fase permite ver con tanta claridad.

Primero están los rayos, esas líneas luminosas que irradian violentamente desde algunos cráteres jóvenes. En fases de iluminación oblicua suelen perderse entre sombras y contrastes, pero en Luna llena se vuelven espectaculares. El mejor ejemplo lo encontramos en Tycho, Fig.1, ubicado en el hemisferio sur lunar, aproximadamente a unos 43° de latitud sur y 11° de longitud oeste. Su sistema de rayos es el más extenso y brillante de toda la superficie visible: una explosión congelada en el tiempo. Durante el cuarto creciente sus bordes aparecen nítidos y profundos, pero los rayos no se aprecian del todo. Solo cuando la Luna está completamente iluminada, Tycho despliega su corona blanca, como una estrella incrustada en el suelo selenita. [1]



Fig.1.- Se observa Tycho, sus rayos y los círculos concéntricos claros y oscuros.  Refrc. 72mm APO

Otro gigante es Copérnico, Fig.2, situado cerca del centro-oeste lunar, alrededor de 10° norte y 20° oeste. En fase creciente —especialmente unas dos noches después del primer cuarto— Copérnico es una obra maestra de luces y sombras: sus paredes en terrazas y su pico central resaltan con un relieve impresionante. Pero en la Luna llena ocurre algo distinto: Copérnico parece brillar con una energía propia. Sus rayos cortos pero intensos y el brillo de su entorno lo convierten en uno de los cráteres más llamativos del disco lunar, incluso con binoculares. [1]



Fig.2.- Se pueden observar los cráteres Kepler, a la izquierda, y Copernico con sus rayos.  Mak de 90mm

Más hacia el oeste encontramos Kepler, Fig.2, ubicado cerca de los 8° norte y 38° oeste. Kepler es más pequeño que Copérnico, pero sus rayos son extraordinariamente luminosos. En fase creciente se aprecia como un cráter definido, con un interior oscuro y bordes brillantes; sin embargo, en la Luna llena sus rayos resaltan con una claridad casi simbólica, como si alguien hubiera derramado tinta blanca desde su centro hacia los mares circundantes. [1]

Mención especial merece el par de cráteres Messier y Messier A, situados en el Mare Fecunditatis, Fig.3, a unos 2° sur y 48° este. Se trata de una pareja intrigante: dos cráteres elongados y asimétricos que parecen haber sido formados por impactos rasantes. En fase creciente, cuando el terminador los ilumina de lado, se revelan sus peculiares formas alargadas, como marcas de garras sobre una superficie suave. Pero es en Luna llena cuando se produce la verdadera sorpresa: desde estos cráteres emerge una doble estela brillante, un par de rayos paralelos que se extienden hacia el este con una simetría que desconcierta al observador. Estos rayos apenas se insinúan en creciente o menguante, pero en Luna llena aparecen como trazos nítidos y fantasmales. [1]


Fig.3.- Al centro del Mar de la Fecundidad son noto-rios los cráteres Messier y Messier A (que parece un cometa con cola).
  Mak 90mm

Todas estas estructuras —Tycho, Copérnico, Kepler, Messier…— nos recuerdan que la Luna no es un simple disco luminoso, sino un mundo antiguo moldeado por fuerzas violentas. Cuando la vemos en creciente, la Luna nos habla del relieve, de la altura, de la topografía. Cuando la vemos en llena, nos habla del tiempo geológico, de explosiones colosales y de materiales eyectados que viajaron cientos de kilómetros.

Durante nuestras observaciones públicas, solemos jugar con esta dualidad. Mostramos los cráteres primero entre sombras y luces, explicando cómo la oblicuidad de la luz solar resalta las paredes, suelos y picos centrales. Luego invitamos a comparar ese mismo paisaje bajo la luz frontal de la Luna llena. Algunas personas se sorprenden al notar que ciertos detalles desaparecen, pero otros surgen con intensidad: los relieves se aplanan, sí, pero aparecen patrones de albedo que revelan la composición superficial y la historia del impacto.  En especial, y debe ser mencionado, que los bordes de los cráteres están perfectamente delineados cuando nuestro satélite natural se muestra en fase de llena. Fig4.



Fig.4.- Región central de la Luna ("Bahía del Medio”) mostrando la forma de los cráteres. Mak 90mm

A pesar de todo el análisis, nunca falta el toque místico. Cuando la Luna llena se asoma en el ocular, la gente suele guardar silencio. Tal vez porque ese brillo total nos recuerda a las antiguas leyendas, o quizá porque la iluminación completa crea un efecto de perfección circular que toca algo profundo en nuestra mente. Es un instante en que la ciencia conversa con la emoción, y en esa conversación todos salimos ganando.

Para las imágenes que acompañan este artículo utilicé dos telescopios, un Refractor Sky-Watcher Evostar APO de 72mm de apertura y una focal de 420mm con barlow 2X y un Maksutov Meade, de 90 mm de apertura y 1200mm de focal, equipado con un compresor 0.5X Orion para ampliar el campo y capturar regiones más extensas del disco lunar. Estos pequeños instrumentos, compactos y accesibles, demuestran que no se necesita un gran observatorio para adentrarse en los secretos selenitas. Basta un poco de paciencia, un cielo despejado y el deseo de asomarse a otro mundo.

Observar la Luna —ya sea en creciente, llena o menguante— es volver a conectar con la esencia misma de la astronomía: mirar arriba para comprender abajo. Cada fase nos regala un paisaje distinto, una historia distinta, una emoción distinta. La Luna creciente nos muestra la forma; la Luna llena nos revela el brillo. Ambas se complementan, como dos capítulos de un mismo libro arcano.

Por eso seguimos mirando la Luna. Por eso seguimos invitando a la gente a mirarla. Y por eso este artículo se titula: “Por qué Observar la Luna en fase llena - II”: porque siempre hay un nuevo motivo para volver a levantar la vista hacia la luz que desde hace milenios acompaña nuestras noches.  Y lo mejor es que cada mes tenemos la oportunidad de hacerlo.

Bibliografía

1.      Virtual Moon Atlas V8.2.  Freeware

viernes, 21 de noviembre de 2025

NUMERO 57 DE "EL MENSAJERO DE LA LUNA"


 

Amigos de la Sociedad Lunar Argentina;

Compartimos un nuevo número de “El Mensajero de la Luna”, la revista de la Sociedad Lunar Argentina y la Sección Lunar de la Liga Iberoamericana de Astronomía.

En el número 57 podrán encontrar las distintas secciones de nuestra revista: las numerosas Actividades del mes de octubre, con las últimas imágenes de nuestros miembros;  en Crónicas Lunares recordemos la fallida observación cometaria de la misión Apolo 13, en Selenología compartimos artículos de Marcelo Mojica y Alberto Anunziato, en Galería Planetaria tenemos imágenes de Júpiter y Saturno; en Traducciones traemos un texto sobre la posibilidad de que una vieja sonda soviética sea una luna artificial de nuestro planeta y cerramos con Luna de Papel y los emocionantes recuerdos de Borges sobre la llegada de Apolo 11 a la Luna.

Link para ver y/o descargar:

https://drive.google.com/file/d/1L-0cAwJROCNqRzXuQSvOCQYxeh61s73E/view?usp=sharing 

miércoles, 19 de noviembre de 2025

DORSUM VON COTTA AND DORSUM OWEN UN POCO LEJOS DEL TERMINADOR

 

Traducción del texto aparecido en la edición de noviembre 2025 de “The Lunar Observer”

Ya terminaba la noche de observación lunar y descubrí en Mare Serenitatis, no lejos del notorio cráter Sulpicius Galus, un dorsum que se veía no muy nítidamente, pero bellamente delineado, que descubrí era Dorsum Von Cotta, que corre un trecho considerable (183 kilómetros) de norte a sur, y como dos elevaciones más suaves se veía Dorsum Owen. El terminador pasaba por el vecino Mare Imbrium, a una distancia (unos 200 kilómetros) en que los dorsa difícilmente se ven con la nitidez con que se veían ambos dorsa paralelos (colongitud 357.4º).

La IMAGE 1 es una combinación del sketch de la noche de observación y la imagen que extraje (una vez más) del Photographic Lunar Atlas for Moon Observers de Kwok C. Pau (página 247 del Volume 1). No registré la totalidad de Dorsum Von Cotta, sino la zona que marqué en la imagen del Atlas.

Por supuesto, el registro visual de la forma, en la imagen de la derecha de IMAGE 1 es menos preciso, ya que visualmente los dorsa siempre se ven más curvos y sinuosos de lo que realmente son (imagen de la izquierda). De norte a sur observé 5 zonas brillantes en Dorsum Von Cotta. En el extremo norte se veían dos crestas muy prominentes. La segunda (de norte a sur) incluso lanzaba una leve sombra interna sobre el arco del dorsum. En el centro visualmente Dorsum Von Cotta se veía interrumpido, en la imagen de la izquierda se ve que es una zona muy baja de la topografía. A la derecha (oeste) se ven los dos arcos que componen Dorsum Owen, proyectando sombras muy leves. No se trata de un dorsum (“dorsum” es singular en latín) sino de dos dorsa (“dorsa” es plural), por lo que el nombre de Dorsum Owen es incorrecto. En el catálogo de wrinkle ridges del Lunar Reconnaissance Orbiter Quickmap aparecen como dos dorsa separados.

Una última curiosidad, Dorsum Owen empieza, o parece empezar, desde lo que ha sido denominado como “cráter” Aratus CA. Con el terminador más cerca, se puede ver visualmente a Aratus CA como una hondanada de forma extraña, no circular. IMAGE 2 es una captura de pantalla del Lunar Reconnaissance Orbiter Quickmap de Aratus CA. La verdad… no parece para nada un cráter de impacto, ni siquiera parece un cráter. Sin dudas, un accidente lunar muy interesante que merece una pequeña investigación.

 


Name and location of observer: Alberto Anunziato (Paraná, Argentina).

Name of feature: DORSUM VON COTTA-DORSUM OWEN

Date and time (UT) of observation: 2025-09-28 23.35-23.50 UT

Size and type of telescope used: 105  mm. Maksutov-Cassegrain (Meade EX 105) .

Magnification: 154X


lunes, 17 de noviembre de 2025

La historia también es ciencia

 (Marcelo Mojica – Club de Astronomía Icarus)

 

Desde tiempos inmemoriales, la humanidad ha alzado la vista hacia el cielo, buscando en los astros no solo respuestas sobre el universo, sino también un reflejo de sí misma. Cada estrella, cada planeta, cada luna ha sido testigo silencioso de nuestra curiosidad, y cada observación celestial ha dejado huella en los anales de la historia. La astronomía, más que un mero conjunto de fórmulas y telescopios, es también un puente entre la memoria histórica y la rigurosidad científica.

Entre los fenómenos celestes que han despertado asombro a lo largo de los siglos, las ocultaciones de planetas por la Luna ocupan un lugar especial. En estos eventos, nuestro satélite natural, con su silueta serena y familiar, se interpone entre un planeta y los ojos humanos, borrando momentáneamente su fulgor de nuestro cielo. La magia de estos instantes no radica solo en la belleza visual, sino en la precisión con la que los movimientos celestes se ejecutan: un testimonio silencioso de leyes universales que han regido el cosmos mucho antes de que el hombre pudiera comprenderlas.

Uno de estos eventos históricos se remonta al 28 de noviembre de 1484. María José Martínez y Francisco J. Marco Castillo lo mencionan en su estudio “Occultation of Planets by the Moon in European Narrative Medieval Sources”, en el que exploran cómo las crónicas europeas medievales, entre relatos de supersticiones y augurios, registraban con sorprendente exactitud fenómenos astronómicos como la ocultación de Marte. Imaginemos a los observadores de aquel tiempo: sin telescopios, sin cámaras, guiados solo por la aguda mirada, el conocimiento de los movimientos de los planetas y una inquebrantable curiosidad. Sus palabras, plasmadas en pergaminos y códices, son hoy fuentes valiosas que nos permiten reconstruir el pasado celeste con exactitud científica. Cada anotación medieval, cada comentario sobre la posición de Marte detrás de la Luna, es un puente entre la historia y la ciencia. [1]

Estudiar estos registros no es un simple ejercicio académico. Es un acto de diálogo con quienes nos precedieron, una manera de recordar que la astronomía ha sido siempre tanto una ciencia como una narración de nuestra presencia en el universo. Las antiguas crónicas no solo documentaban un evento astronómico; también reflejaban la interpretación humana de ese instante, la mezcla de miedo, admiración y asombro ante la vastedad del cosmos. La historia, cuando se observa bajo la lente de la investigación científica, revela patrones, confirma cálculos y fortalece nuestra comprensión de la mecánica celeste.

Avanzando más de cinco siglos, la astronomía moderna nos permite capturar con precisión estos mismos fenómenos. Un ejemplo reciente lo encontramos el 5 de septiembre de 2020, cuando Marcelo Mojica G. registró fotográficamente la ocultación de Marte por la Luna. La imagen congela en un instante perfecto la danza celeste: el planeta rojo, brillante y tenue a la vez, desaparecía tras la silueta plateada de nuestro satélite. Este acto de observación no es solo un logro técnico; es una continuidad histórica, un eco de aquellos cronistas medievales que, con tinta y papel, intentaban atrapar la fugacidad del cielo. La diferencia es que hoy contamos con la tecnología, pero el espíritu que nos impulsa a mirar hacia arriba sigue siendo el mismo: una mezcla de curiosidad, asombro y reverencia.


Fig. 1.- La noche del 5 de septiembre, 6 para mi longitud, nuestro satélite ocultó a Marte. Las imágenes se las obtuvieron con un refractor de 120mm de diámetro y 1000mm de focal, y adosada a foco directo, una Nikon D3100

La importancia de la investigación bibliográfica en astronomía se manifiesta con claridad al estudiar estos eventos. Consultar textos históricos, cotejar fuentes y analizar relatos antiguos permite a los astrónomos modernos verificar predicciones, entender la evolución de la observación astronómica y, a veces, incluso descubrir errores o matices que la ciencia contemporánea puede corregir o interpretar de manera más precisa. Así, la historia no es un simple telón de fondo; se convierte en un laboratorio de sabiduría acumulada, donde cada anotación, cada observación registrada, es una pieza del rompecabezas cósmico.

La conexión entre historia y ciencia se vuelve especialmente evidente cuando consideramos que fenómenos como las ocultaciones de Marte son tanto efímeros como eternos. La Luna cubrirá y descubrirá planetas sin cesar, siguiendo un ritmo que no entiende de calendarios humanos, pero que nosotros, con nuestra memoria histórica, podemos seguir y documentar. El estudio de estas interacciones celestes nos recuerda que la ciencia no es un acto de abstracción distante: es también una conversación con el tiempo, con aquellos que nos precedieron y con aquellos que vendrán.

Observar Marte desaparecer detrás de la Luna es, en cierto sentido, un acto poético. Es contemplar la fragilidad de nuestra perspectiva frente a la exactitud del cosmos, y al mismo tiempo sentirnos parte de una cadena que se extiende siglos atrás. Cada registro, ya sea un pergamino medieval o una fotografía digital, es un testimonio de nuestra búsqueda de comprensión. Nos recuerda que la historia también es ciencia, que los antiguos astrónomos eran científicos de su tiempo, y que nosotros, al estudiar y documentar, continuamos su obra.

Además, estas observaciones nos enseñan algo profundo sobre la naturaleza del conocimiento. No existe una línea clara entre lo que llamamos “historia” y lo que llamamos “ciencia”; más bien, se trata de un continuo donde cada anotación, cada observación, cada interpretación, aporta capas de significado. La historia nos da contexto, la ciencia nos da precisión, y juntas nos permiten acercarnos a la verdad de los fenómenos astronómicos.

Por eso, mirar al cielo no es solo un acto contemplativo: es también un ejercicio de humildad y reconocimiento de nuestro lugar en la vastedad del universo. La próxima vez que la Luna cubra un planeta, recordemos a quienes, siglos atrás, levantaron los ojos y registraron el momento con atención y devoción. Recordemos que el conocimiento humano es acumulativo, que la curiosidad es un hilo que conecta épocas y generaciones, y que cada observación astronómica es tanto un regalo de la naturaleza como un legado de quienes nos precedieron.

En conclusión, la historia y la ciencia no son caminos separados, sino senderos paralelos que se cruzan en los cielos. La investigación bibliográfica en astronomía nos permite comprender fenómenos como la ocultación de Marte por la Luna no solo en términos técnicos, sino también como parte de una narrativa humana más amplia. Desde la anotación medieval del 28 de noviembre de 1484 hasta la fotografía moderna del 5 de septiembre de 2020, cada registro es un testimonio de nuestra capacidad de observar, aprender y asombrarnos. Al estudiar el pasado, fortalecemos nuestra comprensión del presente y abrimos la puerta a futuras generaciones de astrónomos que, con la misma fascinación, seguirán buscando respuestas entre las estrellas.

Porque, al fin y al cabo, la historia también es ciencia, y la ciencia siempre lleva consigo el eco de quienes la hicieron posible.

Bibliografía

https://www.academia.edu/80845807/Occultation_of_Planets_by_the_Moon_in_European_Narrative_Medieval_Sources?auto=download&email_work_card=download-paper

martes, 11 de noviembre de 2025

LA LUNA DESDE FORMOSA

  Desde Formosa, Argentina, el Prof. Dr. Raúl Podestá (uno de nuestros observadores más destacados) continúa reportando estupendas imágenes lunares desde el Observatorio Nova Persei II, esta vez en la Noche Internacional de Observación Lunar:











sábado, 8 de noviembre de 2025

GARDNER MEGADOME

 


Traducción del texto aparecido en la edición de octubre 2025 de The Lunar Observer

A veces no conocer tan profundamente la superficie de la cara visible de la Luna nos da placeres imprevistos. Mientras observaba cerca del terminador, con un seeing más bien mediocre, me encontré una elevación circular bastante evidente, un poco más oscura que la superficie alrededor (IMAGE 1). En fase menguante, los bordes de la elevación se presentan claramente diferenciados: el borde oeste se veía como una cinta levemente brillante y el borde este se presentaba como una escalera con distintos grados de sombra, que intenté reproducir lo más fielmente posible, pero se veía mucho más nítidamente de lo que pude dibujar. No parecía tan claro si esa especie de escalera en sombras era parte de esa elevación o del cráter inundado Marani D (del que se veían fragmentos de la pared este). Dibujé lo mejor que pude la elevación y los cráteres circundantes. En el extremo inferior vemos a Maraldi (40 kms de diámetro), un cráter nectárico de paredes muy degradadas y suelo muy poco profundo cubierto por una lava muy oscura, pese a su ubicación en el borde de Mare Tranquilitatis su suelo no está fracturado. De hecho, el color oscuro de su suelo es propio de la lava, no son sombras, no hay paredes que puedan provocar sombras. Un poco más hacia el suroeste aparece Gardner (25 kms de diámetro, eratosteniano), con aspecto más típico: forma de cuenco, suelo profundo cubierto por sombras, pared este muy brillante. Bordes brillantes y suelo en sombras es el aspecto también de Vitruvius B (18 km de diámetro), aunque si vemos la IMAGE 2 (obtenida con el LRO Quickmap), notamos que nuestra representación de este cráter no es realista, ya que es mucho más degradado.

Ahora bien, al otro día busqué imágenes de esta zona, y recién ahí me enteré de que se trataba de lo que parecía: un gigantesco domo, un megadomo llamado Gardner Megadome, nombrado a partir del cráter mejor conservado de la zona. Realmente es una hermosa vista. Es una gigantesca estructura de unos 70 kms de diámetro y una altura de unos 1600 m sobre la superficie del cercano Mare Tranquilitatis. En la lejana en el tiempo Lunar Picture of the Day del 26 de septiembre de 2004 Chuck Wood decía “La mayoría de los accidentes geográficos de la superficie lunar son ejemplos de tipos conocidos: cráteres de impacto, fosas de colapso, cráteres con rayos, grietas sinuosas, grietas tectónicas, domos volcánicos, etc. Sin embargo, existen algunos accidentes muy inusuales, y el Megadomo Gardner es uno de ellos. Llamarlo megadomo lo sitúa en un contexto familiar —es un gran domo volcánico—, pero no estamos seguros de que esta sea la interpretación correcta. Hoy sabemos que se trata del volcán de conducto central más grande identificado hasta ahora en la Luna. El volcán Gardner es una importante región fuente de basaltos en Mare Tranquillitatis (Qian Huang et al.). El Megadomo Gardner es uno de los ocho complejos volcánicos en la cara visible de la Luna que Spudis ha propuesto como posibles grandes volcanes en escudo. Estas regiones son prominencias topográficas con diversas características volcánicas concentradas, incluyendo domos, conos, cráteres de depresión y riachuelos sinuosos (Qian Huang et al.). En este estudio se confirma lo que decía Chuck Wood: «En comparación con los complejos volcánicos más estudiados en Oceanus Procellarum, como Marius Hills, la meseta de Aristarchus y Rümker Hills, Gardner aún se comprende poco en cuanto a sus características geológicas, geoquímicas y geofísicas». Si bien se sabe que «los escarpes y las fallas son las formas del relieve dominantes, y que los domos de diversos tamaños y alturas se distribuyen de forma anular y radial en la meseta de Gardner y sus alrededores», y que «la anomalía de gravedad de Bouguer positiva casi circular sugiere intrusiones de diques/lacolitos o grandes solidificaciones de conductos debajo de esta área, lo que podría estar relacionado con los domos de lava, los dorsa y las fallas circundantes distribuidas radialmente» (Qian Huang et al.). Relacionado con el aspecto visual, de la “escalera en sombras” (tal como se ve en IMAGE 1 el borde este), sabemos que este borde este (que limita con Maraldi D) tiene una altura de 1600 metros, mientras que el borde oeste solo unos 600 metros de altura. El estudio de Qian Huang et al. concluye que “el complejo volcánico Gardner es un gran volcán de chimenea central de larga duración situado en la cara visible de la Luna”.



Mas recientemente, tenemos una descripción detallada del proceso de formación y de la estructura de este megadomo (Geological Evolution of the Gardner Shield Volcano: Caldera-Magmatic Chamber association in Lunar Shield Volcanic regime). Se ha identificado una caldera de 31 kms de diámetro (que marcamos con una flecha en IMAGE 2), y “Se describen estilos de vulcanismo tanto efusivos como explosivos, con composiciones máficas similares, lo que indica una única fuente para estas erupciones (Bhatt et al.). Este estudio señala seis etapas en la compleja vida geológica del Megadomo: 1) Formación del Megadomo de Gardner mediante el levantamiento de una intrusión subsuperficial: una estructura lacolítica. Un lacolito es una intrusión magmática alargada, con forma de domo, cercana a la superficie, que generalmente se forma a partir de reservorios magmáticos profundos de la corteza. 2) Vulcanismo precaldera: “la fase más eruptiva (…) ya que la cámara magmática alcanza su temperatura y presión máximas (…) dando lugar a la intrusión de magma en el bloque cortical superior y a la erupción a la superficie en forma de múltiples flujos”. 3) Hundimiento de la caldera y formación de fallas importantes: “un período de reposo, donde no se produce ninguna erupción, pero sí un reajuste cortical”. 4) Magmatismo, vulcanismo y formación de diques anulares postcolapso: “Debido al hundimiento del bloque, la presión y la temperatura en la cámara magmática aumentan, lo que desencadena la siguiente erupción (…) la mayor parte del magma podría haber intruido a través de fracturas y diques a lo largo de la falla anular de la caldera” y luego “el volumen de magma disminuye en la cámara, lo que desencadena el siguiente período de reposo o hundimiento”, que es: 5) Fractura del bloque de la caldera: “Dado que se produjeron erupciones efusivas voluminosas en las dos etapas eruptivas anteriores en la parte sureste del escudo, predecimos que una mayor cantidad El magma habría penetrado bajo la parte oriental de la caldera, provocando una mayor formación de diques y zonas corticales más débiles en el bloque oriental. Esto podría haber causado el agotamiento del magma en la parte occidental de la cámara magmática, lo que habría llevado a la fragmentación del bloque de la caldera en dos. El bloque occidental se habría hundido debido al agotamiento de la lava en la cámara, provocando la emergencia del bloque oriental. (…) El hundimiento del bloque occidental reforzó el magma activo restante, impulsándolo hacia la superficie desde las zonas de fracturas/diques más débiles a su alrededor, lo que probablemente dio lugar a erupciones más voluminosas. 6) Formación de un graben y vulcanismo explosivo: «En esta etapa, la corteza habría estado muy fallada y fracturada, proporcionando una zona central más débil propicia para la erupción piroclástica explosiva. (…) Tras esta etapa, la mayor parte de este sistema volcánico activo se habría enfriado y solidificado bajo la superficie, con reajustes corticales a menor escala y la formación de fallas y fracturas menores» (Bhatt et al.).

Gardner Megadome es una zona que necesita más información geológica, que nuestras observaciones no pueden suministrar, pero sí es una zona realmente interesante, cuya observación es muy placentera.

Referencias:

Bhatt, H. et al. (2025): “Geological Evolution of the Gardner Shield Volcano: Caldera-Magmatic Chamber association in Lunar Shield Volcanic regime, in: https://ui.adsabs.harvard.edu/abs/2025LPICo3090.2557B/abstract

Huang, Qian (2020): A large long-lived central-vent volcano in the Gardner region: Implications for the volcanic history of the nearside of the Moon”, in: http://sciencedirect.com/science/article/abs/pii/S0012821X20302442?via%3Dihub

Wood, Charles (2004): “Astonishing Megadome”, in:  https://www.lpod.org/wiki/September_26,_2004