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sábado, 26 de julio de 2025

UNA PROPUESTA DE NOMENCLATURA PARA LOS DORSA (Y UN POCO DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA)

 

Traducción del texto aparecido en la edición de julio 2025 de “The Lunar Observer”

Este texto es una continuación del texto aparecido el mes pasado, en el que sugeríamos algunas ideas sobre la topografía de los dorsa, un tema en el que hemos estado reflexionando bastante en los últimos años. Ahora proponemos una nomenclatura, una serie de términos que identifiquen las estructuras que se observan en la topografía de estas formaciones tectónicas presentes en los maria de la Luna. Lo que sigue es una pequeña introducción argumentando sobre la necesidad y utilidad de nombrar los detalles que se ven en el interior de los dorsa, y una propuesta de términos que puedan facilitar la observación y la comunicabilidad de sus registros.

1.-LA SELECTIVIDAD

Toda observación astronómica, la visual principalmente, aunque también la fotográfica, requiere un grado de selectividad: siempre vamos a ver más de lo que registraremos, por lo que la tarea de reducir el volumen de información a un volumen manejable y que sea información significativa es esencial. Seleccionar qué dibujar, es decir, qué registrar, era un proceso esencial en la época, no tan lejana, en que la observación lunar era visual. En nuestra época, en que la observación es esencialmente fotográfica, sigue siendo un proceso necesario. La imagen fotográfica es objetiva, no hay información que se pierda por no registrarla, pero suministra tanta información que al analizarla también hacemos una selección.

Hoy conocemos la superficie de la Luna con un grado de detalle muy alto. La tecnología para captar imágenes avanza constantemente y además tenemos imágenes en órbita la Luna. Pero también conocemos más porque sabemos cómo funcionaron los procesos geológicos que la formaron. Desde la primera observación telescópica de la Luna en 1609 por Galileo hasta poco más de medio siglo no había guía segura para lo que veíamos en la superficie de la Luna. Dice Frances Manasek (Treatise on Lunar Maps, 2022, page 9): “It is very tempting to suggest that the  absence of geologic theory inhibited visual observation and in the theoretical vacuum, the hermeneutic concept of lunar objects speaking for themselves was not particularly useful. The earth was familiar to cartographers and the lack of substantive geologic theory did not inhibit cartographic delineation of its features. However, the Moon was not familiar and the absence of a theoretical basis for its formations may well have spawned the confusing history of lunar iconography”.

La labor de los observadores visuales antes de mediados del siglo XX fue titánica en un doble sentido: porque a la observación debían agregar el registro de lo observado con un dibujo y porque trataban de descifrar un mundo del que nada sabían.

Hemos citado la primera observación lunar que realizó Galileo en 1609, fue hecha con un telescopio de apenas 8 aumentos y muy poco luminoso. Los dibujos de Galileo no permiten reconocer fácilmente las formaciones geológicas que debió haber visto. La observación tuvo el valor de comenzar un nuevo paradigma porque fue una comprobación experimental de que en la Luna hay elevaciones y depresiones como en la Tierra. ¿Podría haber seleccionado esa información sin haber conocido el texto de Plutarco “Sobre la cara visible en la Luna”? En dicho tratado el filósofo griego expone la tesis de que la Luna es idéntica a la Tierra y no una esfera lisa y perfecta. Galileo no lo cita, pero pone en boca de “los pitagóricos” dicha tesis y su descripción de la Luna fue acusada en su época de ser un plagio de la de Plutarco. Galileo observó telescópicamente la Luna buscando comprobar la tesis de Plutarco y lo hizo, pero cuando no tenía la guía del filósofo griego le costó mucho más interpretar lo que estaba viendo. Las formaciones selenográficas más comunes son lo que hoy conocemos como cráteres, Galileo se refirió a ellos como “maculae novae” (new spots), para diferenciarlas de las “maculae antiquae” (old spots), es decir, de las manchas visibles a simple vista (los maría), la diferencia era que eran oscuras por las sombras que proyectaban y no por su albedo (como los maría). Los cráteres no formaban parte del paisaje terrestre y los selenógrafos experimentados con grandes telescopios los veían como anillos montañosos (Hevelius, por ejemplo), sin registro de detalles que cualquier telescopio capta, como picos centrales y detalles de las paredes. Habrá que esperar hasta fines del siglo XVIII para que Johann Schroeter introdujera el término “cráter”: “A finales del siglo XVIII, los accidentes lunares aún se describían de forma imprecisa, sin una taxonomía geológica sistemática y coherente. Existían «mares», «montañas», «valles», «bahías» y «manchas». (…) Schroeter ha sido considerado el primero en introducir el término «cráter» en la selenografía, renombrando aquellas manchas que a veces se denominaban «valles»” (Manasek, página 184).

Y además fue el primero en registrar más o menos sistemáticamente detalles de las paredes y de los picos centrales. El primer paso para este enorme progreso observacional fue la creación del concepto y término relacionado “cráter”. El concepto era meramente observacional: “El término singular «cráter» permitió agrupar un gran número de accidentes lunares en una clase morfológicamente definible y con un nombre claro. Schroeter simplemente pretendía decir «crátera» (krater) o «depresión» y no implicaba un origen volcánico para los cráteres” (Manasek, página 186). Es decir, “Durante mucho tiempo, los picos centrales, obviamente claramente observados, estuvieron ausentes de los mapas de la Luna, ciertamente vistos, pero no registrados con precisión o consistencia”, a partir del concepto observacional de “cráter”, que permitió agrupar formaciones similares y fijar una taxonomía estándar de las mismas, se empezó a registrar los detalles que antes se veían y no se registraban. A observar también se aprende: “Quizás esta evolución sugiere un largo período de aprendizaje para percibir e interpretar imágenes ópticas, que comenzó con la ambigüedad inicial tras Galileo y no se materializó hasta el siglo XIX, o que la codificación de tal detalle requirió las observaciones más intensivas resultantes de la presentación coreográfica de los detalles de la superficie lunar. Podríamos argumentar que el pico central alcanzó reconocimiento a medida que se desarrollaban la selenología y la geología” (Manasek, page 338).

Casos similares se dieron con las rimas (a partir del catálogo que elaboró Julius Schmidt en 1886) y de los dorsa mismos a partir de los pioneros registros del propio Schroeter.

Esto nos lleva a preguntarnos cómo se construye la percepción sensorial de lo que observamos a través del telescopio, no como una reflexión ociosa sino con el propósito de considerar si una nomenclatura puede mejorar la observación.

2.-LA PERCEPCIÓN Y LA CARGA TEÓRICA DE LA OBSERVACIÓN

Para el enfoque clásico y positivista la teoría es totalmente independiente de la observación, que tiene el papel de confirmar o desmentir las hipótesis. La observación utiliza términos que se refieren a propiedades fenoménicas perceptibles por los sentidos y por lo tanto es neutral. Es un enfoque que lleva a la conclusión de que las diferencias en lo que los selenógrafos han observado desde 1609 a la actualidad solamente podrían deberse a la evolución de los instrumentos con los que se observa, ya que la Luna es siempre la misma y nuestros ojos también, siendo la tecnología el único factor variante. Es un enfoque un poco ingenuo, aunque suele ser el enfoque por default de los astrónomos, profesionales o amateurs. En el otro extremo tenemos teorías como la de Thomas Kuhn, para quien el marco conceptual teórico es el requisito previo de la percepción misma: “cuando el paradigma cambia, el mismo mundo cambia con él”, no podemos observar nada que no esté determinado por el paradigma dominante, o como la de Paul Churchland, quien sostiene que la observación ni siquiera podría suministrar información fáctica autónoma válida para testear una teoría. En el centro tenemos visiones sobre la percepción y la observación como la Norwood Russel Hanson, para quien la identificación de los objetos con sus propiedades y relaciones depende tanto de 1) la estimulación sensorial, como de 2) un marco previo de referencias conceptuales, por lo que la observación no solamente está formada por datos sensoriales (imágenes en nuestro caso), como sostiene el positivismo, sino también por enunciados sobre esas imágenes. Las consecuencias de la carga teórica de la observación son: la teoría hace posible la observación, el aprendizaje es fundamental para la observación, el observador no es neutral, participa de la observación (que es una relación entre observador y observado). En ese marco conceptual se encuentran los estudios sobre la visión y la observación de Fred Dretske. Este autor distingue entre “sensory perception or object perception”, una manera que no implica necesariamente conocer lo que se ve (Galileo viendo un cráter y registrándolo) y “cognitive perception”, una manera de ver que implica conocer lo que se ve (Schroeter o nosotros reconociendo un cráter al verlo). La pregunta si es posible ver sensorialmente algo sin tener una percepción cognitiva previa no es tan irracional como parece (si no se sabía lo que eran los picos centrales de un cráter no se los veía, aunque ahí estuvieran), pero nos llevaría a caminos filosóficos extraños a nuestra materia. Para Dretske aprendemos a ver, con el aprendizaje “Ha habido, por lo tanto, un cambio en mi capacidad para percibir cognitivamente los objetos que me rodean, un cambio que surgió de mi experiencia, aprendizaje, estudio y práctica diligentes. Este tipo de aprendizaje es un fenómeno generalizado y familiar” (Fred Dretske, Seeing, Believing and Knowing, in An invitation to Cognitive Science, Volume 2, Osherson, D.-Editor, MIT Press, 1990, página 144). Aprendemos a reconocer cosas y relaciones (percepción cognitiva) que vemos (percepción sensorial), pero también “Esto no significa que algunos cambios en nuestra percepción sensorial de los objetos no ocurran tras una experiencia prolongada. Quizás los objetos empiecen a verse diferentes después de familiarizarse con ellos o después de saber ciertas cosas sobre ellos” (página 144).

En otros términos, la experiencia mejora la percepción sensorial, y también lo hace el conocimiento. En el caso que nos ocupa,  la observación astronómica, el orden sería: dar un marco conceptual (crear el término “cráter”) ayuda a agrupar formaciones selenográficas similares y a registrar su estructura: “La invención de un nuevo lenguaje visual fue importante para la geología y podemos proponer que dicho lenguaje contribuyó al desarrollo de la taxonomía de las formaciones de la superficie lunar y al reconocimiento de sus características definitorias que podrían convertirse en parte de su representación visual en los mapas de la Luna” (Manasek, página 9). Luego las observaciones utilizando este marco conceptual mejoran y eventualmente la repetición de las mismas funda o modifica este marco conceptual, que evoluciona de “observacional” (determinado por la forma) a “geológico” (el concepto actual de cráter de impacto, determinado por origen y proceso de formación).

3.-UNA TOPOGRAFÍA MÁS DETALLADA DE LOS DORSA.

¿Es necesaria, si en las imágenes de la Lunar Reconnaissance Orbiter está todo? Bueno, todo no, por algo la catalogación de domos, por ejemplo, sigue dependiendo de imágenes con iluminación oblicua tomadas desde Tierra. Pero sí es verdad es que en un futuro cercano herramientas de Inteligencia Artificial podrán reconocer, cartografiar y catalogar los más de 3000 dorsa en la superficie de la Luna. Mientras tanto, nos parece útil proponer una serie de términos que permita: a) unificar la terminología (si hay consenso) y facilitar descripciones; b) mejorar las propias observaciones.

Se trata de una nomenclatura meramente observacional (ya vimos ejemplos), cuando haya una nomenclatura geológica será mejor, sin dudas, pero mientras tanto esta es nuestra propuesta, que no contradice el estado del arte de la geología lunar y conserva la terminología corriente (aunque no usada unánimemente). Es importante destacar que no todos los dorsa tienen todas estas características, muchos tienen un relieve mucho más simple, compuesto de arco y cresta, y a veces pareciera estar ausente la cresta.

Para hacer comprensibles gráficamente los términos utilizados en el glosario IMAGE 1 es un gráfico de un dorsa irreal en el que incluimos todos los accidentes mencionados, las IMAGE 2 a 4 son ejemplos en dorsa reales, para lo que recurrimos (una vez más) al Photographic Lunar Atlas for Moon Observers de Kwok Pau: IMAGE 2: Volume 2, page 248; IMAGE 3: Volume 1, page 462; IMAGE 4: Volume 1, page 267.






ARCO: Componente inferior, ancho (hasta 7 kilómetros) y poco elevado (hasta 200 metros) (Aubele, J. C., Morphologic Components and Patterns in Wrinkle Ridges: Kinematic Implications, MEVTV Workshop on Tectonic Features on Mars, p. 13 – 15).

El arco tiene sus pendientes diferenciadas: una PENDIENTE SUAVE, de laderas levemente inclinadas, y una PENDIENTE ESCARPADA, que cae a pique.

Dentro del arco puede haber elevaciones alargadas muy poco pronunciadas que corren paralelas al eje mayor del arco (GRADIENTES); las elevaciones pueden aparecer también aisladas en el arco o como parte de un gradiente (ELEVACIONES AISLADAS). Las elevaciones dentro del arco (gradientes o aisladas) son muy suaves y poco escarpadas, a diferencia de las CRESTAS.

HONDANADA CENTRAL: depresión del terreno interior de un arco con forma cóncava.

BIFURCACIÓN: es el segmento secundario del arco cuando se separa en dos segmentos (usualmente el segmento principal es el más prolongado y por el que corre la cresta en su parte superior)

CRESTA: Es el componente superior, escarpado, estrecho (hasta 1.5 kilómetro de ancho) y de hasta 100 metros de alto (Aubele, page 13). Se dividen, según Aubele, de acuerdo con su ancho, en CRESTAS MAYORES (más de 200 metros de ancho) y CRESTAS MENORES (menos de 200 metros de ancho). En la bibliografía se utilizan otros términos como “crenulated ridge” o “ridge”, nosotros siempre hemos usado el término “cresta” por cuanto nos parece más distintivo, ya que no parece muy sistemático utilizar un término para designar una parte que sea muy similar al que se utiliza para designar al todo.

La CRESTA PRINCIPAL puede situarse de distintas formas en el arco: EN EL MARGEN (“generally parallel to the arch in a sinous map pattern, first along one margin and then along the other margin of the arch” (Aubele); EN ECHELON (“at some angle to the main trend of the arch in an echelon pattern” (Aubele); o bien en el centro del arco (CENTRALES). La cresta principal es la que aparece formando “a distinct and regular pattern” (Aubele) sobre el arco, pero las crestas también pueden aparecer paralelas a la cresta PRINCIPAL, y en ese caso son SECUNDARIAS. Cuando la cresta aparece fuera del arco se llamaría CRESTA AISLADA, que según Aubele cuando son crestas menores “sometimes occur off the arch, either parallel or at some angle to the main trend of the wrinkle ridge”

Esperemos que este pequeño glosario de términos referidos a la topografía de los dorsa, en especial los que tiene un relieve más complejo, sea útil al menos para generar un debate relativo a estos detalles internos de los dorsa, que serán cada vez más evidentes para los observadores futuros.

jueves, 24 de julio de 2025

CINE LUNAR EN LA BIBLIOTECA DE HUMANIDADES DE LA UADER


 

El jueves 7 de agosto a las 18 horas cabo en la Biblioteca Celia Ortiz de Montoya de la Facultad de Humanidades, Artes y Ciencias Sociales (Escuela Normal, Urquiza y Corrientes, Subsuelo) se proyectará la película “Moon”, del año 2009, dirigida por Duncan Jones

Esta actividad se plantea como una jornada de reflexión (filosófica y psicológica) a partir de esta película del género ciencia ficción. El protagonista es el único trabajador en una base en la cara oculta de la Luna encargada de obtener Helio 3, el material que en un futuro no muy lejano se transformó en la fuente de energía limpia ilimitada. A partir de cierto extraño evento, el solitario astronauta deberá replantearse, en su inmensa soledad, una serie de preguntas sobre la identidad personal, lo que es verdadero y lo que es aparente, y si en nuestras acciones prevalece el determinismo o el libre albedrío. A partir de la mezcla entre los géneros de ciencia ficción y thriller con la reflexión existencial, la película lleva a caminos inesperados.

De la actividad participarán docentes de las carreras de Psicología y Filosofía de la Facultad de Humanidades, lo que garantiza una interesante jornada de reflexión sobre temas como el libre albedrío y la identidad personal. Será una continuación de las actividades relacionadas con el cine y la astronomía que se han llevado a cabo en coordinación con la Biblioteca de Humanidades en 2023 y 2024.

Actividad realizada en conjunto con la Sociedad Lunar Paranaense.

miércoles, 16 de julio de 2025

Por qué observar la Luna en fase llena

 

(Marcelo Mojica – Club de Astronomía Icarus)

 Una nueva mirada al astro más cercano

Cuando salimos con nuestros telescopios a los parques, a las plazas o a los espacios abiertos donde la gente se reúne, a menudo mostramos con entusiasmo la Luna. Es el astro más cercano, brillante y fácil de observar incluso con telescopios modestos o binoculares. Y casi como un ritual compartido entre los astrónomos aficionados, solemos repetir una frase que ha sido pasada de generación en generación: “Las mejores fases para observar la Luna son el cuarto creciente y el cuarto menguante.”

Y no es una mentira. Durante esas fases, la luz del Sol incide de manera oblicua sobre la superficie lunar, proyectando sombras largas desde los muros de los cráteres, las cordilleras y los valles. Estas sombras permiten ver con profundidad los relieves, como si una escultura fuera iluminada desde el costado. Es un espectáculo fascinante ver cómo el terminador —la línea entre el día y la noche lunar— se desliza revelando poco a poco la topografía selenita con dramatismo visual.

En contraste, muchas veces decimos que la Luna llena es poco interesante para los observadores. La luz solar cae de frente sobre la cara visible, lo que hace que desaparezcan las sombras que tanto nos gustan. La superficie parece aplanada, sin relieve, y los cráteres pierden profundidad ante nuestros ojos. Sin embargo, esta visión es incompleta. En realidad, la Luna llena guarda secretos únicos que no pueden verse en ninguna otra fase.

La Luna llena revela estructuras invisibles en otras fases

Un estudio más detallado y meticuloso de la Luna en fase llena revela un conjunto distinto de maravillas: los sistemas de rayos o ramificaciones que emergen desde algunos cráteres. Estas estructuras —formadas por materiales expulsados violentamente durante impactos— se extienden por cientos de kilómetros en todas direcciones, y solo bajo la iluminación directa de la Luna llena brillan con claridad sobre el fondo grisáceo del regolito lunar.

Uno de los más impresionantes ejemplos de esto es el cráter Copérnico.

Copérnico: una estrella geológica en la Luna

El cráter Copernicus, Fig.1, nombrado así en honor al astrónomo polaco Nicolás Copérnico, se encuentra entre Mare Insularun y Mare Imbrium, una de las grandes llanuras de lava que cubren buena parte de la cara visible de la Luna. Su ubicación exacta es en las coordenadas 9.7°N, 20.1°W, y su diámetro es de aproximadamente 93 kilómetros, con una altura de más de 4.1kilómetros. [1]

Lo que lo hace espectacular en Luna llena no es tanto su relieve, que en esa fase se ve poco, sino el sistema de rayos brillantes que lo rodea. Desde su centro, miles de líneas delgadas y pálidas se extienden hacia el exterior en forma radial, alcanzando regiones distantes de la superficie lunar. Estos rayos están compuestos por material eyectado durante el impacto que formó Copérnico, hace aproximadamente 800 millones de años, lo que lo clasifica como un cráter relativamente joven en términos geológicos.

Fig.1.- Se observa el cráter Copérnico fotografiado en diferentes edades lunares. A la derecha en fase casi llena, la Luna nos muestra los rayos emergiendo del cráter como si fuese una telaraña selenita plateada, casi mágica

 Durante la Luna llena, estos rayos reflejan la luz solar de manera más intensa que las zonas más antiguas y erosionadas del regolito. Así, forman un verdadero “sol congelado” en la superficie lunar. Es en esta fase que la belleza del impacto se revela en todo su esplendor.

Una fase, distintos datos

Más allá del deleite estético, esta observación tiene valor científico. El análisis de los rayos permite estimar la edad relativa de los cráteres, estudiar la composición del material expulsado, y entender la dinámica de los impactos en cuerpos sin atmósfera. Estos datos no son accesibles en fases donde la sombra domina, porque los rayos son invisibles o están desdibujados.

Además, en Luna llena se pueden hacer estudios fotométricos —medidas de brillo— para analizar variaciones en la reflectividad de diferentes regiones, e incluso comparar estos datos con imágenes multiespectrales tomadas por sondas. Aunque los detalles topográficos son escasos, la cantidad de información radiométrica y composicional que puede extraerse es sorprendente.

Ciencia en todas las fases

El mensaje es claro: no existe una fase inútil de la Luna. Cada etapa de su ciclo ofrece una ventana distinta para el estudio científico y la contemplación estética. Lo que cambia es el tipo de fenómeno que se puede observar.

A veces, la comunidad de aficionados tiende a simplificar la divulgación, y en ese proceso podríamos estar perdiendo oportunidades valiosas de inspirar y educar. Decir que la Luna llena "no sirve" para observar es tan injusto como decir que un día nublado no sirve para estudiar el clima. Todo momento tiene su valor, si se lo observa con atención, si se toman los datos adecuados y se mantiene vivo el espíritu científico.

Así que la próxima vez que la Luna se muestre en su plenitud, en lo alto del cielo nocturno, brillando como un faro plateado sobre el mundo, no guardes el telescopio. Enfócalo hacia Copérnico y sus rayos, fotografía, registra, compara y sueña. La ciencia se construye no solo con los momentos espectaculares, sino también con la constancia de quien observa incluso donde otros no miran.

Bibliografía

1.      Virtual Moon Atlas V8.2.  Freeware

lunes, 14 de julio de 2025

sábado, 12 de julio de 2025

NÚMERO ESPECIAL DEL MENSAJERO DE LA LUNA: ESPECIAL SOBRE RUPES RECTA

 

Amigos de la Sociedad Lunar Argentina;

Compartimos el número 53 de nuestra revista, que es un especial con las contribuciones que se hicieron para la Sección Focus On del mes de julio de 2025 en la revista The Lunar Observer, relacionada con Rupes Recta:

Rupes Recta, The Straight Wall, El Ferrocarril, La Espada, tantos nombres para un mismo sitio con el que han soñado (sí, ¿por qué no?, soñado) tantos observadores a través de las décadas. La más notoria de las pareidolias lunares es el ejemplo más notorio de falla lunar (una grieta con uno de sus bordes más elevado que el otro). Rupes Recta varía mucho de acuerdo a la iluminación y vamos a analizar las imágenes que nos envíen en búsqueda de detalles esta gran pared, junto con las otras interesantes formaciones de esta región del este de Mare Nubium.

Link para ver y/o descargar:

https://drive.google.com/file/d/1D7Rzruj8KdlSO8PKnPEitVNWQeV-MkfD/view?usp=sharing


miércoles, 2 de julio de 2025

Plato: el cráter que cambia con la luz lunar

 (Marcelo Mojica, Club de Astronomía Icarus)

Entre las muchas maravillas que ofrece la superficie de la Luna, hay un cráter que, tanto por su elegancia geológica como por su papel en la historia de la astronomía, ha capturado la atención de generaciones de observadores: el cráter Platón. Situado en las coordenadas lunares 51.6° norte y 9.3° oeste, Platón se ubica en el extremo noreste del Mare Imbrium, al borde de las tierras altas lunares, y representa uno de los espectáculos visuales más cambiantes y hermosos que ofrece nuestro satélite natural. [1]

Platón es un cráter de impacto de unos 100 kilómetros de diámetro, con un fondo relativamente plano y oscuro, cubierto por antiguos flujos de lava basáltica. Sus murallas escarpadas y elevadas, que alcanzan alturas de más de 2.5 kilómetros en algunos puntos, lo rodean como una muralla fortificada, protegiendo su interior de tonos sombríos. Esta configuración lo convierte en un objeto especialmente atractivo para observar con telescopios de aficionado, ya que las sombras que proyectan sus bordes varían dramáticamente a lo largo del mes lunar, revelando diferentes aspectos de su relieve. [2]

Observar Platón es como asistir a una obra de teatro con iluminación cambiante. En los días posteriores al novilunio (Luna nueva), cuando la luz solar apenas roza sus murallas orientales, las sombras se alargan hacia el oeste, dibujando contornos precisos de las paredes del cráter. A medida que avanza la fase lunar y el Sol lunar asciende en el cielo selenita, las sombras se acortan y el interior del cráter aparece plano y oscuro, como un lago seco y sereno. Más adelante, durante la luna menguante, el proceso se invierte, esta vez con sombras proyectadas hacia el este. Esta transformación diaria convierte a Platón en un objetivo ideal para seguir a lo largo de todo el ciclo lunar, apreciando sus cambios sutiles y su belleza siempre renovada.

Una característica curiosa es la ausencia de un pico central prominente, típico en otros cráteres de tamaño similar. El interior del cráter también presenta pequeños cráteres secundarios apenas visibles con telescopios de mediana potencia, y ha sido objeto de interés por supuestas anomalias visuales: desde el siglo XIX, varios observadores han reportado “nubes”, “nieblas” o luces transitorias en su interior, fenómenos ahora conocidos como Fenómenos Lunares Transitorios (TLPs) [3]. En 1788 el astrónomo planetario alemán Johan Schröter había informado de la presencia de una brillantísima luz entre los picos de los montes Alpes, no lejos de Platón.[4] Aunque su explicación científica aún es tema de debate, han nutrido el misticismo en torno a Platón y han estimulado la imaginación tanto de científicos como de escritores.

Este cráter, además, tiene un lugar especial en la historia de la cartografía lunar. Los primeros intentos sistemáticos de representar la Luna con precisión surgieron a partir del uso del telescopio a comienzos del siglo XVII. Thomas Harriot, un astrónomo inglés, fue el primero en realizar un dibujo conocido de la Luna en 1609, incluso antes de Galileo. Poco después, en ese mismo año, Galileo Galilei utilizó su telescopio para observar y dibujar las fases lunares, aportando una interpretación revolucionaria del relieve lunar que contradecía la visión aristotélica de una Luna perfecta y lisa. Luego, en 1645, el astrónomo jesuita Johannes Hevelius publicó Selenographia, la primera obra extensa dedicada a la Luna, con mapas meticulosamente dibujados, donde Platón ya aparecía representado (aunque con nombres distintos a los actuales).

A estos pioneros se les sumó más tarde el trabajo del astrónomo italiano Giovanni Battista Riccioli, quien en 1651 introdujo la nomenclatura lunar moderna en su obra Almagestum Novum, asignando al cráter el nombre “Platón” en honor al filósofo griego. Esta convención fue ampliamente adoptada y perdura hasta hoy. Fig 1.

Fig.1 Los primeros astrónomos en realizar dibujos y Atlas lunares.  De izquierda a derecha: Thomas Harriot, Galileo Galilei, Johanes Hevelius y Giovani Riccioli. Wikipedia

Dos siglos más tarde, en plena época romántica de la astronomía, el cráter Platón volvió a cobrar protagonismo en manos de observadores apasionados como Camille Flammarion, autor del célebre libro L’Astronomie (1862). Flammarion fue un astrónomo y divulgador francés que supo combinar el rigor científico con una sensibilidad estética y literaria inusual. En sus obras, incluyó bellísimos grabados lunares realizados a partir de observaciones telescópicas de alta precisión. Muchos de estos dibujos, inspirados en los cuadernos de observación de astrónomos del siglo XVIII y XIX, muestran a Platón con gran detalle: sus murallas, su fondo oscuro, sus sombras cambiantes.

En aquella época, antes de la fotografía astronómica, los dibujos eran la principal forma de registrar y compartir observaciones, y el cráter Platón fue uno de los favoritos por su capacidad de cambiar su apariencia con la luz. Algunos astrónomos, como Schröter, Beer y Mädler, pasaban horas observando y dibujando Platón durante noches consecutivas, documentando incluso las mínimas variaciones.

Hoy en día, gracias a la tecnología moderna, disponemos de imágenes satelitales de alta resolución de la superficie lunar. Sin embargo, el encanto de observar Platón en directo permanece intacto. A través de un telescopio modesto, el cráter nos ofrece una conexión con los observadores del pasado, con sus cuadernos de campo y sus lentes de vidrio pulido. Cada fase lunar trae consigo una nueva oportunidad para contemplar cómo la luz modela sus formas y revela su historia geológica, sus cicatrices de impacto, y su milenaria presencia sobre el horizonte nocturno.

A la Izquierda se observa una fotografía del Cráter Platón obtenida con un telescopio Mak de 150mm de apertura y a la derecha un dibujo editado en la obra de Camilo Flamarion

 En definitiva, Platón no es solo un cráter: es una galería viviente de luces y sombras, una joya para el ojo entrenado y una invitación para todo aquel que alza la vista y se deja fascinar por la Luna. Si tienes un telescopio, incluso uno pequeño, dedícale algunas noches a Platón. Descubrirás que no hay dos observaciones iguales, y que la belleza de este rincón lunar se revela, poco a poco, a quien lo observa con paciencia y asombro.

Bibliografía

1.      https://es.wikipedia.org/wiki/Plat%C3%B3n_(cr%C3%A1ter)

2.      Virtual Moon Atlas V8.2

3.      Actividad en la superficie lunar: fenómenos lunares transitorios, Cruz R., file://Dialnet-ActividadEnLaSuperficieLunar-4550290.pdf

4.      https://es.wikipedia.org/wiki/Fen%C3%B3menos_lunares_transitorios

 

viernes, 27 de junio de 2025

LA TOPOGRAFÍA DEL ARCO DE LOS DORSA

 

Traducción del texto aparecido en la edición de junio 2025 de The Lunar Observer

Cuando la vida te da pocas oportunidades para observar con el telescopio, es el momento para reflexionar sobre lo que observamos, mientras caminamos, mientras esperamos, mientras nos aburrimos…

Uno de mis intereses en la observación lunar son los dorsa, y una de las razones de mi interés es que mis observaciones han ido mejorando progresivamente gracias los conocimientos teóricos sobre la geología de estas formaciones (literalmente cuanto más se conoce más se ve) y en algunas ocasiones la observación estimula la reflexión teórica. Es el caso del texto que presentamos, con la salvedad de que la observación no es directa sino de las imágenes que brinda una obra que he citado en incontables ocasiones en esta revista, el Photographic Lunar Atlas for Moon Observers de Kwok Pau.

Hace mucho que me intrigan dos hechos: 1) la extraordinaria complejidad del relieve de los dorsa (obviamente, cuanto más grandes más complejos) y 2) que esa complejidad no es recepcionada en los textos teóricos. En efecto, si repasamos la bibliografía sobre este tema notamos que las publicaciones están aumentando, pero están más orientadas hacia un estudio de la generalidad de los dorsa, y muy poco sobre la topografía de algún dorsum en particular o una taxonomía de los elementos de su relieve.

En la literatura teórica encontramos una división del relieve de los dorsa en dos elementos: uno inferior, ancho y poco elevado que se denomina arco, que tiene una pendiente empinada y otra más suave, y un elemento superior, estrecho, elevado y escarpado, que se llama cresta, y puede correr sobre uno de los márgenes del arco (frecuentemente migrando de uno a otro margen) o bien en el interior del arco en un patrón de que semeja a los escalones de una escalera caracol, aunque se menciona (al pasar) que puede haber crestas secundarias y crestas fuera del arco. Y prácticamente nada más. Este esquema es sumamente útil para analizar la totalidad de los dorsa, que prácticamente se formaron simultáneamente (en términos geológicos), es sumamente útil para clasificarlos, es sumamente útil para ayudarnos en la observación, pero no es tan útil si queremos analizar un dorsum en particular, ya que la gran mayoría de ellos presentan aspectos intrincados y complejos similares a los de la IMAGE 1, en la que vemos (según el catálogo de dorsa del LRO Quickmap) 3 dorsa en la mitad izquierda de la imagen corriendo de oeste a este y paralelos entre sí y 1 dorsa corriendo de norte a sur en el que los 3 anteriores parecen finalizar. Si tratáramos de describir la topografía que vemos en la imagen, ¿de cuánta utilidad nos sería la división topográfica entre arco y cresta? Lo que vemos es una multiplicidad un poco abrumadora (para una taxonomía) de elementos topográficos.

Lo que vamos a analizar a continuación, en imágenes extraídas del libro citado (a mi entender uno de los mejores atlas lunares), son algunos detalles en la superficie del elemento inferior de los dorsa, el arco.

1.-ELEVACIONES SIMILARES A TÚMULOS O MONTÍCULOS


En IMAGE 1 marcamos lo que parecen ser (yo diría, con bastante certeza) pequeños montículos o túmulos con la FLECHA 1, al lado de la cresta, mientras que la FLECHA 2 marca una especie de hondanada (que recuerdo un poco los “saucer” del suelo de Ptolemaeus), al lado de otro túmulo. Si vemos la IMAGE 2, que es el relieve de esa parte del arco, la línea del relieve, a grandes trazos, marca la forma típica de un arco: la pendiente suave es la oeste (izquierda) y la pendiente abrupta es la este (derecha), en cuyo margen se encuentra la cresta. Las hondanadas aparecen marcadas, pero no señalan grandes diferencias de altitud, IMAGE 2 marcaría un panorama mucho más simplificado que la realidad de la IMAGE 1. Lo que no sabemos es la naturaleza del relieve marcado con la FLECHA 3 (¿es una cresta secundaria?).

2.-ELEVACIONES ABRUPTAS (HONDANADAS)





IMAGE 3 muestra otro dorsum de relieve muy complejo, con un arco mucho más estrecho y tortuoso, al sureste de Eratosthenes. ¿Pueden ver lo que parece un cráter en el centro del arco? IMAGE 4 es el detalle de la imagen anterior, vemos que hay sombras en el interior, claramente es una zona de relieve deprimido. ¿Es un cráter? No lo creo, sobre todo pensando en que las probabilidades de que se produzca un impacto en el centro del arco son prácticamente nulas, especialmente porque los dorsa se formaron en un periodo geológicamente reciente, cuando ya escasean los impactos significativos, y además el contorno no parece ser el contorno de un cráter. Cuando un dorsum y un cráter “se encuentran” el dorsum ha modificado un cráter más antiguo. La FLECHA 1 marca el relieve más extraño, como si fuera una cresta más gruesa de lo ordinario, paralela a lo que sería la cresta, marcada con la FLECHA 2, que corre por el margen oeste. Ahora bien, IMAGE 5 es el perfil de relieve de la zona y vemos algunas características interesantes. Primero, que la cresta (margen oriental, derecho) es más baja que la elevación más gruesa del margen opuesto y, segundo, que sí se trata de una zona deprimida dentro del arco, que empieza con la elevación del margen izquierdo (que lo separa del relieve del mare), luego viene una hondanada y luego otra elevación que finaliza en el lado opuesto del mare. Recordemos que en los dorsa hay una diferencia de altura entre las zonas de mare aledañas a cada margen. Estas hondanadas centrales no son usuales, pero aparecen a veces en el centro de los arcos, claro que no suelen generar la pareidolia de un cráter.

3.-ELEVACIONES EN ESCALERA





IMAGE 6 muestra el segmento sur de Dorsum Heim, al sur de C. Herschel, en la que vemos un arco también muy complejo y con un detalle un poco más común: una especie de elevación secundaria poco alta (que por esto mismo no es una cresta secundaria) que corre paralela a la cresta por el centro del arco. Se puede ver más claramente en la IMAGE 7, que es un detalle de la anterior. Los arcos en principio tendrían un relieve relativamente liso en su pendiente suave, pero a veces se ven pliegues como el escalón de una escalera, cuyo perfil topográfico podemos ver en la IMAGE 8.

A veces pienso en si no serán necesarios nuevos términos topográficos para nombrar los detalles del relieve lunar que aparecen en imágenes tan detalladas como las que tomamos prestadas de nuestro admirado Kwok y que no son accesibles para la observación visual. Quizás la nomenclatura lunar actual tiene un desfasaje y debería adecuarse a lo que pueden captar las sondas en órbita lunar y las cámaras modernas desde Tierra. Los términos importan, ya que facilitan la comunicación de lo que se observa (imaginen tener que describir el sistema de rayos brillantes de Kepler, por ejemplo, sin poseer el término “rayo brillante”). Y no conocer lo que se observa condiciona la observación (yo nunca me percaté de Reiner Gamma hasta que me enteré de su existencia), la falta de un término (que no es más que la denominación de un concepto) hace que sea fácil pasar por alto los detalles de una formación geológica, la observación se construye tanto con los datos sensoriales como con los conceptos teóricos adquiridos previamente.  Un ejemplo de posible nuevo término sería “gradiente” para denominar a esas elevaciones no muy pronunciadas similares a un escalón dentro del arco, que marcamos anteriormente. También es cierto que un análisis muy detallado termina siendo abrumador, como esos viejos mapas de finales del siglo XIX. Lo cierto es que cada vez tenemos más detalles de la superficie lunar a nuestra disposición.

IMAGES 1, 3, 4, 6, 7: Photographic Lunar Atlas for Moon Observers by Kwok Pau.

1: Volume 2, page 58. 3/4: Volume 1, page 462. 6/7: Volume 2, page 248.

IMAGES 2, 5, 8: LROC Quickmap.